miércoles, 21 de mayo de 2014

Crisálida

Claro que la imagen es la de la mariposa.
La liviandad de su vuelo,
su vida breve e intensa,
su descanso en la punta de los dedos.

Pero a toda mariposa la antecede
su oruga.
Porque acaso la condición de la belleza
no resida en su fin, sino en su génesis.
En asumir lo que se fue,
 y transformarlo.

Por eso no habrá que renegar de las babas,
de los caminos reptados,
de las rodillas rotas, 
de los vuelos truncos. 

Porque tal vez la vida sea
una constante mutación,
una perpetua metamorfosis,
a veces oruga,
a veces mariposa,
y casi siempre crisálida.

Y en ese devenir,
en ese ejercicio donde el dolor
convive con la alegría,
la belleza nace de la larva
hasta eclosionar. 

Y entonces un vuelo leve emerge de la pupa,
mutando de adentro hacia afuera,
para caer y levantarnos,
una y otra vez.

Porque para saber volar,
 acaso sea necesario
antes mucho antes,
haber aprendido a arrastrarse.

Y que tal vez en esa crisálida que somos,
resida en secreto toda potencia.
La belleza oruga, 
la monstruosidad mariposa,
la ambigüedad necesaria,
las vidas posibles.