A veces me estás contando cosas del trabajo, con un entusiasmo que te desborda, con una sonrisa de oreja a oreja, porque un paciente tuvo un avance, un pequeño logro, y estás feliz contándome en detalle una anécdota de Mateo, o de Juan Cruz, y yo te escucho concentrado buscando hacer un comentario inteligente, algún aporte que se sume a tu alegría, hasta que hacés alguno de tus gestos, ese que hace que te brille toda la cara, o el que hacés cuando te acomodás el pelo y tenés alguna duda, y yo me detengo a mirarte sintiendo como un soplo que me sacude y me distrae. Entonces empieza la lucha por seguir concentrado escuchándote, por no perderme detalle de lo que me estás contando, sabiendo que ahora será una tarea difícil.
Es que siempre que me contás estas cosas, que me compartís alguna de tus alegrías o de tus dudas, aparece alguno de tus gestos y ahí nomas, el soplo vital que me distrae. Una suerte de aire que me envuelve, una certeza que me abruma, y entonces comienza la tarea de traducir de algún modo lo que me pasa. La urgente necesidad de significar de algún modo el sosiego que me produce el hecho de saber que estamos juntos, de que elijas estar conmigo, de que sea yo, el testigo de tus días.
Porque quizás el hábito, la convivencia y la complicidad permanente, insistan en volver ordinario el hecho extraordinario de habernos encontrado. Es decir, los días pasan y pasan y la realidad se obstina en volver natural esta constante tarea de acompañarnos.
Pero por mucho que el tiempo pase, por mucho que Cronos haga su trabajo y las circunstancias nos vayan llenando de de experiencias juntos, de recuerdos compartidos, por mucho que eso que llaman costumbre intente domesticarnos, y que a veces mi mal humor y mi tristeza, o que a veces tu mal humor o tu tristeza, por mucho que los tuyos ya no sean sólo tuyos, y los míos ya no sean tan míos, por mucho que vos y yo, hace rato sea un nosotros, yo no dejo de sorprenderme de que estemos juntos.
No hay costumbre que pueda evitar esta sensación de mirarte con ojos nuevos cuando haces ese gesto, ese que hace que te brille toda la cara, o ese que hacés cuando te acomodás el pelo y tenés alguna duda, esos gestos que siempre son un gesto nuevo, aunque por ahí te enojes y me digas que no te estoy prestando atención, y yo te diga que sí, que sí te estoy escuchando, que me da alegría lo de Juan Cruz y Mateo, pero que es difícil estar concentrado cuando hacés eso, que si pongo esta cara no es de distraído, es de enamorado, que debería decírtelo más seguido, no solamente hoy que es tu cumpleaños, decirte que a veces me abruma la certeza de que me elijas a diario, decirte que vivo enamorado de esos gestos que me alojan hace tiempo, de esos que me sacuden y me recuerdan que tu amor es todos los días un soplo de aire fresco.