Hay gente que dice si antes que nada.
No hace falta explicarse mucho,
dar argumentos solidos
ni justificaciones contundentes,
hay gente que sabe ejercer
el hermoso oficio de decir que sí,
siempre sí.
Y puede parecer una idiotez,
pero en tiempos donde
el defenderse se impone
al ofrecerse,
decir que sí es una
de las formas de la ternura.
Por eso cada vez que el
mundo me queda grande,
y las dudas me habitan por
completo,
yo llamo mi hermana mayor,
una maestra de la afirmación.
Porque desde chico,
cuando dormía la siesta
en sus brazos,
(en una de esas fotos que
conservo y me encantan),
mi hermana me enseñó
a decir que si antes que no.
A postergar la miseria propia
ante la necesidad extranjera,
a ofrecerse incluso cuando
los brazos estén cansados.
Sí, mi hermana es de esas
personas.
Sí, hacelo.
Sí, andá.
Sí, escribí.
Sí, es ahora.
Sí, acá estoy.
Y ahora que estamos lejos,
por esas vueltas de la vida,
por esas decisiones que yo tomo
y que siempre es la primera
en alentar,
ahora que extraño los mates,
y extraño esa capacidad asombrosa
de verla reír y llorar casi
al unisono,
ahora entiendo que es su culpa.
Que cada vez que algunos me acusan,
y dicen que mi problema
es no saber decir que no,
la responsable es ella,
mi hermana mayor.
La que me enseñó que la
vida se demora en el no
y empieza cada vez
que decimos que si.