De ocho a trece estoy cubierto con el trabajo,
-horario reducido-.
nunca trabajé con tantas ganas.
Llego a casa y me preparo un almuerzo saludable
de esos en los que no creo.
Dicen que la cocina es terapéutica.
Como dormir hace tiempo es muy difícil,
suspendí las siestas.
Así llegás más cansado a la noche,
dijo el psicólogo.
Así que me anoté en un curso de guión por Internet.
Es bastante malo,
pero con eso tiro hasta las cinco de la tarde.
La hora en la que empieza el verdadero peligro.
Compré veinte litros de pintura blanca
y empecé por nuestra habitación.
Bueno, perdón, mi habitación.
Pintar era más complejo de lo que pensaba.
Eso es bueno.
Con la hipertensión como coartada,
decidí salir a trotar por la ciudad.
Todos los días una hora.
Justo yo que siempre me burlé los runners.
Correr no es recomendable.
Te hace pensar,
y yo no quiero pensar.
A la cena llegó bastante cansado,
buscó recetas en Youtube,
me abro un vino,
y pongo a descargar una película.
Un clásico, alguna pendiente.
De esas raras que vos detestabas.
Ya para la media noche con un par
de botellas encima,
me tomo una pastilla,
y le doy play.
A veces, si tengo éxito,
me duermo antes de terminarla.
Eso así, antes, siempre,
pongo la alarma a las siete y diecisiete.
-sabés que odio los números pares-
entro a nuestro último chat,
miro el lado vacío de la cama.
Pienso en el día de mañana.
En todo lo que haré ocupado por tu ausencia.