Uno se construye con lo que tiene a mano,
Nos aferramos a los que nos roza como a una bandera.
Por eso los amigos son siempre los mejores,
y el barrio funciona como una fe.
Una lealtad -muchas veces absurda- a lo que nos tocó.
Pero entonces uno descubre que había otras patrias.
Otras miradas, otros rostros, otra verdad.
Que, a veces, eso que está lejos,
-que no tiene nuestros modos, nuestras alegrías, ni nuestra piel-
también puede ser un destino.
Lo que conocemos,
lo que teníamos cerca,
el barro del que estamos hecho
no es necesariamente una ventaja,
tampoco,
una debilidad.
Quizás, cercanía no es sinónimo de virtud.
Hay distancias que vale la pena atravesar.
Todo lo que no conocemos
también puede ser un hogar.