-Tenés el corazón de un perro -dijiste.
Yo pensé en esos perros bobos,
que mueven la cola ansiosamente,andan con la lengua afuera,
y se tiran panza arriba
para que los acaricien.
Después te fuiste sin dar explicaciones,
y yo vi a mi corazón echarse
todas las tardes frente a la puerta de casa,
con la cabeza entre las patas
y esa mirada insoportable
que tienen los perros tristes.
Desde entonces este corazón perro
le aúlla a los trenes,
le gruñe a los desconocidos,
y no deja dormir al barrio
ladrándole a sus fantasmas.
Ahora,
mi corazón es un perro
sentado frente a la tumba de su dueño,
haciendo guardia sin moverse,
porque ignora,
no sabe,
que lo que muere nunca más vuelve.