lunes, 10 de noviembre de 2014

Julepe

Sabés que cuando era chico y le temía a los monstruos,
a los truenos,
y la pieza se llenaba de miedos,
me tapaba la cabeza con las sábanas
 para ahuyentar los fantasmas.
Como si estar ahí debajo fuera
un fuerte impenetrable.

Bueno, sé que te pareceré un idiota,
pero muchas veces hago lo mismo cuando no estás.
Apenas te vas de casa,
y me quedo solo ahí acostado,
meto mi cabeza bajo las sábanas,
temeroso todo el tiempo
 de que no vayas a volver.

Porque desde que estás conmigo,
desde que te detuviste en mis días,
me siento en ese fuerte impenetrable,
y desaparecieron los monstruos,
y enmudecieron los truenos,
y se espantaron mis fantasmas.

Y a veces me da mucho miedo que no vuelvas, 
que un día de estos ya no necesites de mí,
ni de nuestra cama.
Que un día de estos dejes de quererme,
y me quede otra vez sin defensa contra el mundo.

Y que vuelvan mis fantasmas,
y se multipliquen mis demonios,
y me acorralen los monstruos
y los truenos retumben por toda la casa.

Entonces a veces permanezco horas así,
como aquel niño asustado,
con el mismo miedo de entonces,
temiendo que no regreses,
con un julepe que me llena el pecho,
hasta escuchar el ruido de las llaves
 anunciando tu llegada,
y salgo de la cama de un salto,
viéndote entrar con tu sonrisa amparo,
para sentirme de nuevo cuidado,
 como bajo las sábanas de mi infancia.












miércoles, 5 de noviembre de 2014

Guillotina

Otra vez andar a los tumbos,
esta desorientación de tiempo y de espacio, 
con este insomnio en las ojeras,
con esta maldita ansiedad en la garganta.

Otra vez este andar de gallina degollada,
tropezando con las mismas dudas,
esta agonía del teléfono mudo,
y el sosiego tardío,
cuando finalmente suena.

Porque nada nos vuelve más acéfalos
que el amor,
ninguna torpeza es más constante 
que la de un pecho inundado,
esa que llega con un beso guillotina,
 anestesiando la razón con una mirada,
y exiliándonos del yo con un abrazo. 

Entonces las estupideces se multiplican,
la ceguera se cronifíca,
los amigos dan consejos sordos,
y la cucaracha del amor se cuela
por todas las puertas.

Otra vez estas patas que nos tiemblan,
este bendito juego de la ternura primera,
este niño que se repite para salvarse,
sabiendo que acaso esa sea la única verdad sincera,
esa sonrisa que nos vuela la cabeza.

Otra vez esta alegría inmensa que salva y condena,
este hormigueo en todo el cuerpo,
otra vez este júbilo con nombre,
esta intensidad que desvela,
esta desesperación profunda ante tu ausencia,
otra vez la guillotina de tu amor,
como única certeza.