jueves, 11 de octubre de 2018

Puerto

"Conócete a ti mismo"
"Eres tu propio templo".
"El secreto está en tu interior".
¿No reside allí acaso el problema?
En esa obsesiva idea de empezar siempre
por uno mismo.
De ser el punto de partida de toda
mirada,
de toda palabra,
de toda verdad.
¿No oculta esto acaso una prepotencia
del ego?
Empezar siempre desde uno,
para en todo caso,
después,
y con suerte después,
arribar al otro.
A lo otro.
¿No es esta una arrogancia
del yo?
Yo pienso que...
Yo creo que...
Yo siento que...
Repetición obstinada de lo mismo.
¿No es demasiada atención
sobre uno mismo?
¿No es asfixiante pensar
el mundo así?
¿No es esta una forma de mismidad,
que posterga,
niega,
explica
o expulsa
toda diferencia,
toda posibilidad de alteridad?.
¿No deberíamos acaso invertir las coordenadas?
¿Y si el templo fuera el cuerpo el otro?
¿Y si el secreto estuviera en tu exterior?
¿Y si el conocimiento
viniera de otros rostros,
otras miradas,
otros gestos?
Es decir,
partir desde lo otro,
siempre lo otro,
para arribar después
y acaso sólo después,
a un yo múltiple,
expandido
ramificado.
Un yo extraño a si mismo.
Un ego que abandona su centro.
Un ego más alter que ego.
¿No seríamos,
aunque más frágiles,
menos sedientos de nosotros mismos?
Un yo habitado,
sentido
y pensado
desde infinitas otredades.
Un yo lleno de ellos,
inacabado,
incierto,
en permanente construcción.
¿No debería ser el otro el puerto?
¿No vale la pena acaso el riesgo?


domingo, 27 de mayo de 2018

Detenerse

Podría describirlo de mil formas,
buscar ejemplos lúdicos,
alguna explicación consistente,
empecinarme en mi colección de almanaques 
y relojes
pero la verdad,
sigo sin saber qué es el tiempo.

Lo que sí sé,
de lo que no dudo,
es de la pena que me embarga
cuando escucho repetir
esta infamia:
"el tiempo es oro".

Es que esa afirmación absurda, 
esa de sentir los minutos como monedas,
o los días como billetes,
quizás sea una manera cruel y violenta,
de los que entienden la vida
como una mercancía. 

Por eso me duele esa frase.
Y por eso también, 
defiendo una rebelión que invite a detenerse.
Es decir, poner en pausa el vértigo del mundo,
para escuchar lo que los días ofrecen.
Desconectar los grilletes inalámbricos,
y permitir que los gestos vuelvan a interpelarnos.
                                                        
Demorarse, por ejemplo,
en el cansancio del obrero que viaja en colectivo,
y en las miradas de los niños invisibles que venden estampitas.
Posponer el ruido permanente del celular que irrita,
para volver a buscarles formas a las nubes
o conversar con los perros.

Detenerse como una rebelión ante la urgencia del mundo.
Persistir en las manos de mi madre mientras
amasan,
en la piel de Laura cuando siente frio, 
en la sonrisa de Martina cuando abre un libro, 
o en las burbujas del vino con soda de mi viejo.

Explorar los límites de lo no dicho 
sin pretensiones, 
con la tibia certeza
de que el tiempo está mucho más cerca
de los rostros que nos habitan,
que de la fría opulencia del metal.

Sí, demorarse,
detenerse,
descansar.
Entorpecer el paso,
resistiendo la prepotencia
de los que apuran al mundo, 
y abrazar entonces el misterio,
lo múltiple y lo incierto,
para descubrir acaso,
que esa es la única manera de viajar en el tiempo.

jueves, 18 de enero de 2018

Siempre si

Hay gente que dice si antes que nada.
No hace falta explicarse mucho,
dar argumentos solidos
ni justificaciones contundentes,
hay gente que sabe ejercer
el hermoso oficio de decir que sí,
siempre sí.

Y puede parecer una idiotez,
pero en tiempos donde
el defenderse se impone
al ofrecerse,
decir que sí es una
de las formas de la ternura.

Por eso cada vez que el
mundo me queda grande,
y las dudas me habitan por
completo,
yo llamo mi hermana mayor,
una maestra de la afirmación.

Porque desde chico,
cuando dormía la siesta
en sus brazos,
(en una de esas fotos que
conservo y me encantan),
mi hermana me enseñó
a decir que si antes que no.

A postergar la miseria propia
ante la necesidad extranjera,
a ofrecerse incluso cuando
los brazos estén cansados.

Sí, mi hermana es de esas
personas.
Sí, hacelo.
Sí, andá.
Sí, escribí.
Sí, es ahora.
Sí, acá estoy.

Y ahora que estamos lejos,
por esas vueltas de la vida,
por esas decisiones que yo tomo
y que siempre es la primera
en alentar,
ahora que extraño los mates,
y extraño esa capacidad asombrosa
de verla reír y llorar casi
al unisono,
ahora entiendo que es su culpa.

Que cada vez que algunos me acusan,
y dicen que mi problema
es no saber decir que no,
la responsable es ella,
mi hermana mayor.
La que me enseñó que la
vida se demora en el no
y empieza cada vez
que decimos que si.