domingo, 27 de mayo de 2018

Detenerse

Podría describirlo de mil formas,
buscar ejemplos lúdicos,
alguna explicación consistente,
empecinarme en mi colección de almanaques 
y relojes
pero la verdad,
sigo sin saber qué es el tiempo.

Lo que sí sé,
de lo que no dudo,
es de la pena que me embarga
cuando escucho repetir
esta infamia:
"el tiempo es oro".

Es que esa afirmación absurda, 
esa de sentir los minutos como monedas,
o los días como billetes,
quizás sea una manera cruel y violenta,
de los que entienden la vida
como una mercancía. 

Por eso me duele esa frase.
Y por eso también, 
defiendo una rebelión que invite a detenerse.
Es decir, poner en pausa el vértigo del mundo,
para escuchar lo que los días ofrecen.
Desconectar los grilletes inalámbricos,
y permitir que los gestos vuelvan a interpelarnos.
                                                        
Demorarse, por ejemplo,
en el cansancio del obrero que viaja en colectivo,
y en las miradas de los niños invisibles que venden estampitas.
Posponer el ruido permanente del celular que irrita,
para volver a buscarles formas a las nubes
o conversar con los perros.

Detenerse como una rebelión ante la urgencia del mundo.
Persistir en las manos de mi madre mientras
amasan,
en la piel de Laura cuando siente frio, 
en la sonrisa de Martina cuando abre un libro, 
o en las burbujas del vino con soda de mi viejo.

Explorar los límites de lo no dicho 
sin pretensiones, 
con la tibia certeza
de que el tiempo está mucho más cerca
de los rostros que nos habitan,
que de la fría opulencia del metal.

Sí, demorarse,
detenerse,
descansar.
Entorpecer el paso,
resistiendo la prepotencia
de los que apuran al mundo, 
y abrazar entonces el misterio,
lo múltiple y lo incierto,
para descubrir acaso,
que esa es la única manera de viajar en el tiempo.

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