Aquí
nace una vez más,
la
estúpida prepotencia de explicarme.
Aquí
yace otra vez,
la
absurda intención de encontrarme.
.Una
vez más la palabra que asoma y se va.
Otra
vez el gusto a nafta que pica en la garganta.
Algo
que decir, y no saber por dónde asumir.
Llenar
de contenido una forma apenas visible,
una
silueta tibia que amenaza con romper la hegemonía del silencio.
Todo
lo que ya fue dicho,
pasado
por la procesadora de la angustia y vuelta a digerir.
Nunca
se está bien cuando el silencio es imperio.
Y la
máquina de decir se ve forzada a vomitar preguntas.
Un
pero, un para, un por qué.
La
falsa poesía del soliloquio casi perfecto.
Un
grito mudo ante el escenario íntimo del espejo.
Esconderse
miserablemente de la mirada de los otros.
La
cruda economía narcisista vendida al peor postor.
Aquí nace una vez más,
la estúpida prepotencia de explicarte.
Aquí yace otra vez,
la absurda intención de encontrarte.
Un fama tenía un reloj de pared y todas las semanas le daba cuerda CON GRAN CUIDADO. Pasó un cronopio y al verlo se puso a reír, fue a su casa e inventó el reloj-alcachofa a alcaucil, que de una y otra manera puede y debe decirse.
ResponderEliminarEl reloj alcaucil de este cronopio es un alcaucil de la gran especie, sujeto por el tallo a un agujero de la pared. Las innumerables hojas del alcaucil marcan la hora presente y además todas las horas, de modo que el cronopio no hace más que sacarle una hoja y ya sabe una hora. Como las va sacando de izquierda a derecha, siempre la hoja da la hora justa, y cada día el cronopio empieza a sacar una nueva vuelta de hojas. Al llegar al corazón el tiempo no puede ya medirse, y en la infinita rosa violeta del centro el cronopio encuentra un gran contento, entonces se la come con aceite, vinagre y sal, y pone otro reloj en el agujero.