Ahí están los gatos otra vez enredados entre las sabanas. Ahí
están los gatos jugando con sus manos, escondiendo sus uñas, mordiéndose impúdicamente, lamiéndose sin lavarse.
Ahí esta la gata una vez mas mirando al gato con sus inmensos ojos
negros, hablando con esa mirada profunda, trasmitiéndole en un idioma felino la
suma de todos sus miedos. Y ahí esta el gato grande, con sus manos ásperas
acariciando a la gata que estira su cuello en búsqueda de mas placer, el gato viejo,
que tampoco dice nada por respeto, aunque por ahí se le escape algún catártico
maullido.
Ahí están los gatos ronroneando entre silencios, besos y
carcajadas, cómplices de un juego que excede las palabras, que las excede o las
evita, o simplemente le son innecesarias.
Y la gata amaga con irse, entonces el gato que vuelve a saltarle
encima, vuelve a insistir en ese pacto tácito de lenguas que se alcanzan, y la
gata asume esa falsa resistencia que al gato le encanta, y otras vez están
rodando por toda la cama, llenando de pelos gatunos la cama, murmurándose
palabras inteligibles mientras se desnudan, se tocan, y los sexos se encuentran tibiamente.
Y la gata semi desnuda se prende un cigarro en la cama del gato
grande que la mira y no comprende cuando sucedió todo. Cómo la gata se metió en
su cama solitaria para convertirse de un plumazo en cuchacama para tres. Y
mientras los gatos se acarician, se miran, se encuentran y se esquivan, la
gatita excusa les camina entre las piernas, los muerde para ser parte de la
fiesta… gatita cómplice, gatita excusa, gatita coartada.
Y el gato sabe, y la gata sabe… ambos saben en un reciproco
silencio que el miedo a la humanidad esta latente, que cuando bajen de su
cuchacama, de su complicidad muda, volverán los fantasmas humanoides, los
miedos pretéritos y los potenciales, entonces dilatan todo lo que pueden el
juego felino, las patas se entrecruzan, las uñas caminan por las espaldas, se
abrazan y se retuercen como solo los gatos saben hacerlo, y el gato quiere
decirle cuanta paz siente en ese momento, gato viejo, gato escéptico de que esto que
esta pasando sea reciproco, y el gato que esconde sus garras, y la gata con sus inmensos ojos negros le sonríe, y al
gato le duele la panza, y la gata lo mira interrogándolo, haciéndose tal vez
las mismas preguntas que el gato grande, evitando las mismas preguntas, desde
el otro lado del mándala el gato y la gata son anverso y reverso de una misma
circunstancias, y entonces resulta que el gato no sabe, y la gata tampoco
sabe, y que tal vez esta ignorancia muta sea su triunfo, tal vez
por primera vez los gatos no tienen miedo de mostrar sus heridas, sus marcas
por todo el cuerpo, tal vez el gato lama las heridas de la gata que una vez mas
estira su cuello, y por eso la gata lo abraza así, como temiendo caer, por eso
la gata no quiere bajar de ese mándala con forma de cuchacama, porque se esta
tan bien así, habitando tan gatunamente su existencia, dilatando el miedo,
riéndose del miedo que los antecede, y los lastima, el miedo del gato que puede
pero no quiere, el miedo de la gata que quiere pero no puede, un miedo cachorro,
un miedo felino, miedo agazapado por debajo de la cama.
Ahí están los gatos acariciando sus dudas, dejándose ganar por el
sueño, el gato le camina sus dedos por la panza una vez mas, y la gata se
acurruca entre sus patas, y la gatita se acomoda junto a ellos para que el
mándala este completo.
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