jueves, 30 de mayo de 2013

Declaración de Guerra


Has derrumbado mis defensas,
vulnerado mi territorio,
amenazado mi soledad,
y sin saberlo me has declarado la guerra.

Entonces ahora deberás prepararte para mis embates,
porque pondré la mejor de mis armas,
usare todos mis recursos
pensaré y re pensaré cada uno de mis actos.

Deberás disculpar este ánimo belicoso,
pero has conmovido mi espacio,
ocupado todo mi tiempo,
asustado mis tropas,
y es hora ahora de contraatacar.

Como un soldado agazapado esperaré en mi trinchera,
analizare tus puntos débiles, 
transgrediré tus defensas,
y alistare mi ejercito de gestos hasta conquistar tu sonrisa.

Porque volviste a darle cuerda al reloj,
porque socavaste mi paz,
y porque me devolviste el derecho al miedo,
no me has dejado más opción que declararte la guerra.

No pararé, 
no me detendré,
usare mi ametralladora de palabras hasta agotar mis balas,
aunque se me llene de miedo la sangre,
aunque me hiera tu balacera de dudas,
aunque más de una vez piense en levantar la bandera,
no me veras rendir.

Porque he vuelto a creer en mis tropas, 
 en mis fuerzas lúdicas, 
Y porque el amor es tal vez, 
la única guerra que merece dignidad,
no me detendré.
 Hasta conquistar tu geografía.
Hasta derribar uno a uno tus miedos,
Hasta terminar cuerpo a cuerpo 
viendo cómo te rindes entre 
mis sábanas blancas.













domingo, 26 de mayo de 2013

Polonio

Sabiendo del absurdo de escribirte estas palabras
pretendo despedirte como un estúpido homenaje.  
Un triste intento de explicar con palabras 
esta complicidad felino humana
que solo comprenderá quien puede establecer lazos con todo lo animado. 

Y hoy me duele este silencio felino,
este ronroneo ausente,
esta fidelidad independiente.
Y por la perversión de algún hombre
que nada tiene de persona,
yo me privo de tus botas blancas
de tus arrebatos gatunos,
de tus pelos en mi ropa,
de tus maullidos que supe traducir.

Y solo yo sé que fuiste el primero en abrazarme
cuando oíste mi llanto, 
abrazándote a mis piernas esa madrugada en que el mundo me dolía demasiado.
Y solo yo sé de tus saltos imprevistos,
de tu instinto bipolar,
de tus huellas por toda la casa.

Estarán los que dirán que eras solo un gato, 
y está bien si así lo sienten,
pero deben saber los racionalistas de lo inerte
que tu compañía gris y blanca relativizo la soledad en días tristes
e inundó de vida y pelos mi universo cotidiano. 

Adiós gathumano, adiós. 
Extrañare tu saludo matutino enredado entre mis patas
y tu alegría en el pilar cuando me veías regresar a casa. 
Gracias Polanquito, gracias.

Adiós gathumano, adiós. 











domingo, 5 de mayo de 2013

Cosquillas

Inútil intento por disimular estas cosquillas en todo el cuerpo.

 Como todo hombre al que se le impone
una adultez prefabricada, intento disimularlo como puedo.
Entonces voy a los bancos, pagos mis impuestos
combino colores, le doy de comer al gato, 
leo el diario.
Y todo esto con la perfecta seriedad
que sugiere la moral burguesa.

En un esfuerzo de madurez apócrifa,
expulso de mi mente tu rostro para
evitar desentonar con el mundo.

Pero cuando la vida se vuelve una sala de espera,
cuando el doctor me mira preocupado,
cuando los formularios se multiplican,
cuando el camino se hace largo,
acudo yo a tu sonrisa con hoyuelos,
a tu sonrisa comodín. 

Es que tenés una sonrisa tan pluma,  
tan caricia en la planta de los pies,
que me cuesta reprimir esta cara de idiota,
este gesto infantil que me acompaña desde 
que apareciste en mi universo.

Y sé que en el colectivo me miran como si sonreír
fuera una puñalada,
una obstinada equivocación,
como si las comillas en mis labios fueran
una ofensa para esta realidad a precio dólar.

Claro que sé que el mundo duele a veces,
que estar sonriéndose encima puede parecer una insolencia,
pero no es contra el mundo que sonrió,
no es una bandera que levanto,
una ideología que defiendo,
un mensaje que sugiero,
no es nada de eso, 
ni idea, ni mensaje, ni bandera.

Solo es que no puedo evitarlo,
como un impulso torpe, 
un instinto con tu nombre,
una caricia en las axilas,
una carcajada de merienda. 

Por eso cuando parece que esta cotidianidad de protocolo tiene éxito,
que la solemnidad domestica mis gestos,
que cumplí con el manual de instrucciones del hombre honesto,
otra vez aparece tu recuerdo que me salva,
tu sonrisa sin prospecto,
entonces me tiento otra vez, 
las comillas vuelven a mi boca,
se derrumba el tipo serio, 
y se me llena otra vez,
de cosquillas todo el cuerpo.