lunes, 31 de marzo de 2014

Soltar

Habrá que soltar amarras,
levar anclas de toda posesión y
pago a doce cuotas. 

Habrá que soltarse,
dejarse ir
e irse, 
agradecer eso que siempre queda,
asumir el pasado como
la única propiedad privada
posible,
una garantía de existencia,
para que empuje y no arrastre.

Soltar ese resto de rostro
que siempre será inmortal,
cortando las cadenas pretéritas,
y suspirar mirando hacia adelante.

Habrá que desenterrar estacas olvidadas,
llenarse las manos de tierra usada,
entender el mensaje del tiempo,
y llenarse otras vez los pulmones de aire.

Sí, habrá que soltar amarras,
dejar partir lo que no quiere quedarse,
sin explicar demasiado,
sin siquiera entenderlo del todo,
dejarse ir hacia un horizonte difuso,
sin cómo, 
sin porqué,
en una mudanza visceral.

Habrá que soltar aquello que pesa
desde hace demasiado tiempo,
las emociones rancias,
los recuerdos caducos,
los fantasmas diurnos,
los candados del yo.

Habrá que hacer como el rió,
o ser como el viento,
una brisa entre los otros,
una gota en otros cuerpos,
un camaleón sin escondite. 

Habrá que soltarlo todo,
aunque nos falte el aire, 
aunque tiemble el cuerpo,
aunque asuste el devenir,
y el pasado no absuelva,
habrá que soltar amarras,
levar anclas y zarpar,
habrá que ir
e irse desde adentro,
hasta demorarnos,
 una vez más,
en aquella piel ignorada 
que todavía nos espera.  

Emedeerre.







viernes, 21 de marzo de 2014

Tiempo

No nos alcanzó el tiempo.
Por esos misterios anacrónicos,
por esos azares longitudinales,
por esos no sé,
no nos alcanzó el tiempo.

Y no hay tragedia en ello,
o no debería haberla.
Pero sí un gran signo de interrogación,
una pregunta teñida de pena,
unas ganas de saber qué hubiese pasado si...
Pero no,
 no nos alcanzó el tiempo.

Y me quedaron tantos besos huérfanos,
tantos gestos trémulos por regalarte,
tantas dudas por compartirte,
tantos te quiero sin pronunciarte,
tantos, tantos si,
pero no.

Y se que es inútil, 
que la pregunta sobre el bien y el mal 
nada podrá decirme sobre esto,
que la moral jamás entenderá al deseo
y que nunca pero nunca, 
tendrá que ver con esto que fuimos,
con esto que ya no es y pudo haber sido,
con estas ganas amputadas.

Y claro que serás perpetua,
que el olvido no existe,
que serás todas las burbujas,
que te buscaré en todas las terrazas,
que me detendré mudo ante las iglesias,
sin animarme a preguntar por qué no.

Pero no, no nos alcanzó el tiempo, ciruela
y la silueta del enojo asoma,
y la niego,
porque no quiero enojarme,
no quiero nada que opaque este pedacito de luz que fuimos,
no quiero maldecir relojes ni
aborrecer almanaques,
porque no nos merecemos eso, 
porque es vano echar culpas,
porque el tiempo no se detendrá,
porque sentado en este banco mientras te pienso,
vuelvo a esa pieza oscura,
donde me abrazaste para siempre,
donde me dijiste con el cuerpo
eso que nunca tendrá palabras,
y entonces acepto el absurdo de lo irreversible,
con la certeza de saber que vos y yo,
que vos y yo,
 seremos eternos.

Emedeerre,






lunes, 17 de marzo de 2014

Bucear

Sé que acaso es mi culpa ciruela.

Esa estúpida idea mía de bucear,
de sumergirnos cada vez más en la profundidad del otro,
cuando se estaba tan bien en la superficie.

Porque hace un tiempo ya que me había acostumbrado 
a mantenerme ahí, en la superficie,
dejándome llevar por las olas,
sin arriesgar demasiado,
sin alejarme de la costa visible de mi soledad,
entrando y saliendo de los otros cuando tenía ganas,
en una cómoda plancha emocional.

Y cuando apareciste, y nos mantuvimos ahí,
mientras reíamos a flote,
sin permitir que el agua nos ahogue,
los dos nos sabíamos indemnes.
Y entonces voy yo y te propongo bucear,
agarrarnos de la mano y nadar hasta los límites del otro,
y vos que te dejás llevar,
que aceptás el juego a sabiendas qué tal vez 
ninguno de los dos sepa bien de que se trata.

Y ahora que estamos ahí,
 ahora que muchas
veces me falta el aire, 
que temo que el oxígeno me falte
cuando no te veo,
ahora que pataleo sólo para encontrarte,
me pregunto si estábamos preparados para esto,
si no era mejor la superficie, 
donde no podíamos lastimarnos,
donde no me asustaba asfixiarme sin vos,
donde nada arriesgábamos,
donde no podías verme lleno de algas y dudas,
donde no me asustaba tu ausencia como ahora, 
donde no te necesitaba cotidianamente para mantenerme a flote,
porque en la superficie estaba bien solo,
pero nadie se salva solo en la profundidad, ciruela, 
y sé que no podré salvarme acá abajo ahora si no es con vos,
si no es que me aferro a tu mano salvavidas,
a tus brazos de pulpo,
ayudándome a respirar tranquilo,
llenándome los pulmones con tus besos,
aprendiendo juntos a convivir entre los corales, 
sabiendo que el riesgo es grande,
pero que la verdadera salvación está acá abajo,
entre los peces de colores,
en este buceo dulce,
en el fondo de nuestro mar,
en las profundas y tibias aguas
 de tu abrazo. 

Emedeerre.











martes, 4 de marzo de 2014

Bicho Bolita

 Cuando te pienso, 
que suele suceder seguido,
no dejo de pensarte así,
viéndote venir con tus manos en los bolsillos,
encontrándonos a mitad de camino,
metida para adentro como defendiéndote del mundo.

Y sé que eso no es azaroso, 
aprendí, o mejor dicho, me enseñaste, 
que a veces era difícil para vos dejarte abrazar, 
entregarte sin más a una realidad que suele
quedar en falta.

Entonces me acostumbré a esperar tus gestos cautelosos,
a disfrutar de una caricia azarosa,
o de tu sonrisa políglota. 
Una sonrisa defensa,
una sonrisa bandera. 

Y en esa diferencia inherente a todo lazo,
nos fuimos recorriendo juntos,
yo frenando el paso, 
cuidándote de mis ansiedades crónicas,
vos rompiendo de a poco con tus miedos,
dilatando tus límites por mi,
estirando más los brazos, 
para ayudarme a encajar tu modo con el mío. 

Y si esto hubiera sido todo,
no dudaría ni un instante de recordarlo alegremente,
con una alegría modesta,
amable, 
una educada gratitud.

Pero entonces, yo quise ir más allá,
siempre más allá,
sabiendo que eso podía doler un poco,
asumiendo el riesgo de quien
no sabe vivir de razones y sonrisas cómplices.

Y en ese arriesgarse, 
en ese detenerme en vos,
en nombrar eso que venía
sucediendo por debajo,
el desencuentro hizo lo suyo,
y vos te abrías y te cerrabas, 
como un bicho bolita,
evitando que el temor
te alcance.

Y cuando la despedida nos empujaba,
y el silencio hablaba por nosotros,
yo rompí mi crisálida con palabras, 
y emergiste con toda tu fuerza, burbuja,
agarrándote fuerte de mí,
apoyando tu existencia de dudas en mi pecho,
desovillándote  para
acariciarme con tus mil patas, bicho bolita,
llenándome de tus huellas,
para dejarme así, 
lleno de marcas en la piel,
y con esta espesa y dulce
sensación de extrañarte en todo el cuerpo.

Emedeerre.