Sé que acaso es mi culpa ciruela.
Esa estúpida idea mía de bucear,
de sumergirnos cada vez más en la profundidad del otro,
cuando se estaba tan bien en la superficie.
Porque hace un tiempo ya que me había acostumbrado
a mantenerme ahí, en la superficie,
dejándome llevar por las olas,
sin arriesgar demasiado,
sin alejarme de la costa visible de mi soledad,
entrando y saliendo de los otros cuando tenía ganas,
en una cómoda plancha emocional.
Y cuando apareciste, y nos mantuvimos ahí,
mientras reíamos a flote,
sin permitir que el agua nos ahogue,
los dos nos sabíamos indemnes.
Y entonces voy yo y te propongo bucear,
agarrarnos de la mano y nadar hasta los límites del otro,
y vos que te dejás llevar,
que aceptás el juego a sabiendas qué tal vez
ninguno de los dos sepa bien de que se trata.
Y ahora que estamos ahí,
ahora que muchas
veces me falta el aire,
que temo que el oxígeno me falte
cuando no te veo,
ahora que pataleo sólo para encontrarte,
me pregunto si estábamos preparados para esto,
si no era mejor la superficie,
donde no podíamos lastimarnos,
donde no me asustaba asfixiarme sin vos,
donde nada arriesgábamos,
donde no podías verme lleno de algas y dudas,
donde no me asustaba tu ausencia como ahora,
donde no te necesitaba cotidianamente para mantenerme a flote,
porque en la superficie estaba bien solo,
pero nadie se salva solo en la profundidad, ciruela,
y sé que no podré salvarme acá abajo ahora si no es con vos,
si no es que me aferro a tu mano salvavidas,
a tus brazos de pulpo,
a tus brazos de pulpo,
ayudándome a respirar tranquilo,
llenándome los pulmones con tus besos,
aprendiendo juntos a convivir entre los corales,
sabiendo que el riesgo es grande,
pero que la verdadera salvación está acá abajo,
entre los peces de colores,
en este buceo dulce,
en el fondo de nuestro mar,
en las profundas y tibias aguas
de tu abrazo.
Emedeerre.
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