Cuando
te pienso,
que suele suceder seguido,
no dejo de pensarte así,
viéndote venir con tus manos en los
bolsillos,
encontrándonos a mitad de camino,
metida para adentro como defendiéndote del
mundo.
Y sé que eso no es azaroso,
aprendí, o mejor dicho, me
enseñaste,
que a veces era difícil para vos dejarte
abrazar,
entregarte sin más a una realidad que
suele
quedar en falta.
Entonces me acostumbré a esperar tus
gestos cautelosos,
a disfrutar de una caricia azarosa,
o de tu sonrisa políglota.
Una sonrisa defensa,
una sonrisa bandera.
Y en esa diferencia inherente a todo lazo,
nos fuimos recorriendo juntos,
yo frenando el paso,
cuidándote de mis ansiedades crónicas,
vos rompiendo de a poco con tus miedos,
dilatando tus límites por mi,
estirando más los brazos,
para ayudarme a encajar tu modo con el mío.
Y si esto hubiera sido todo,
no dudaría ni un instante de recordarlo
alegremente,
con una alegría modesta,
amable,
amable,
una educada gratitud.
Pero entonces, yo quise ir más allá,
siempre más allá,
sabiendo que eso podía doler un poco,
asumiendo el riesgo de quien
no sabe vivir de razones y sonrisas
cómplices.
Y en ese arriesgarse,
en ese detenerme en vos,
en nombrar eso que venía
sucediendo por debajo,
el desencuentro hizo lo suyo,
y vos te abrías y te cerrabas,
como un bicho bolita,
evitando que el temor
te alcance.
Y cuando la despedida nos empujaba,
y el silencio hablaba por nosotros,
yo rompí mi crisálida con palabras,
y emergiste con toda tu fuerza, burbuja,
agarrándote fuerte de mí,
apoyando tu existencia de dudas en mi
pecho,
desovillándote para
acariciarme con tus mil patas, bicho
bolita,
llenándome de tus huellas,
para dejarme así,
lleno de marcas en la piel,
y con esta espesa y dulce
sensación de extrañarte en todo el cuerpo.
Emedeerre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario