El remito dice eso, 37 kilos,
así frió como todo número,
inerte, amarrete, estúpido.
Son 220 libros, pesan 37 kilos y llegan mañana.
Y pensaba en el absurdo de escribir un libro
que nunca tendrá las palabras justas,
que nunca tendrá las palabras necesarias,
porque en el fondo no hay traducción posible.
Y quiero decir gracias, estérilmente,
como si decir 37 kilos fuera una balanza para mi ego,
como si gracias significara algo,
y no más que ésta ingenua sensación de inexplicarme.
Si supieran cuanta literalidad le falta a mi libro,
si supieran cuantos gestos no podré nunca devolver,
si supieran cuan pequeño me siento al lado de cada uno de ustedes,
de esos a los que les digo gracias
porque cualquier palabra será igual de inocua,
si supieran como quisiera abrazarlos ahora,
mientras lleno mi vino con soda,
mientras me demoro en esta noche que quisiera perpetuar,
esta noche sin luna que sera una marca profunda en el almanaque
de mis días,
si supieran lo cursi que me siento ahora,
lo asquerosamente cursi,
porque busco en mi memoria palabras
para ser digno,
para que sientan este lobo aullando en casa,
este oruga que espía por el ojo de la crisálida y sonríe,
y me tendrán que disculpar,
una vez más,
me tendrán que disculpar,
porque en mi pecho habitan los rostros
que me sostienen y me empujan,
esos rostros que me dibujan esta sonrisa imberbe,
los que me dijeron que si,
que claro que si,
que podría devenir en libro,
que acaso valían la pena estos 37 kilos,
sin saber,
sin tener la más puta idea,
que todo era una excusa,
una enorme y genuina excusa,
para que les pueda decir gracias,
estas profundas y pijoteras gracias,
mas allá de toda palabra,
mas acá de cualquier libro.