lunes, 27 de octubre de 2014

Aquel Manzano

Al Ber

Yo no conocía la profundidad.
Y quizás de no haber sido por vos,
todavía no la conocería.

Porque fue cuando te conocí,
allá en la niñez primera,
que descubrí un territorio 
desconocido hasta entonces,
territorio que intuitivamente
recorrimos juntos.

Sí, vos quizás nunca lo supiste,
y hoy casi veintipico años después
acaso sea necesario confesarlo,
eramos niños y yo aprendí
a conmoverme del mundo junto a vos.

Es decir, fuiste vos el que me enseñó
que el absurdo era un opción,
fuiste vos el que me enseñó
a reírme de la mediocre realidad,
y fuiste vos el que me enseñó
que el arte y el humor
eran las formas más lúdicas
de inteligencia.

Claro que yo no lo sabia entonces,
claro que todo esto sucedía entre chocolatadas,
bicicletas y carpeadas.
Por eso a mis doce años,
cuando te fuiste a vivir a Buenos Aires,
 aprendí a sufrir por amor por primera vez, 
y supe también, que de ninguna manera 
podía dejar que la distancia me alejara
del lazo más genuino que la vida me ofrecía.

Porque eso eras, 
porque eso sos,
mi experiencia más profunda con el otro,
una excepción a la norma,
la oveja amarilla del rebaño,
una alteridad asombrosa y brillante,
cuyos límites infinitos han dilatado los míos,
convirtiéndose así,
 en la más abismal de mis amistades.

Y hoy me pregunto cuánto menos
sentiría el mundo si no te hubiese conocido,
cuánto menos me hubiese atrevido a bucear en mí
si no fueran por las preguntas que juntos nos hicimos,
cuánto menos hubiese reído y llorado en esta vida nuestra.

Y ahora, 
que escribo estas palabras que no corregirás porque no irán a ningún libro,
recuerdo al niño que te miraba con profunda admiración,
siendo acaso tu primer fan,
y por esos guiños del universo, 
veinte años más tarde,
te sigue mirando igual,
con la misma admiración,
con el mismo amor,
compartiendo un escenario, 
recitando mis textos que también son tuyos,
porque mi historia es un nudo junto a la tuya,
jugando con tus canciones como en la escuela,
cantando "Aquel Manzano",
sin saber, porque era imposible saberlo,
que estábamos sellando un lazo imperecedero,
que compartiríamos tantas alegrías recíprocas,
que nos dolerían tanto los dolores del otro,
que seríamos las dos caras de un Yo,
dándole forma a la amistad más inmensa,
al amor más profundo,
a la vida misma encontrándonos.






















jueves, 16 de octubre de 2014

Cicatriz

Tal vez sea tiempo de dejar de lamerse heridas.
Dejar de mirar la cicatriz esperando que algún punto se abra,
pasándose el dedo una y otra vez para que la sangre brote,
y entonces tener la coartada necesaria para no seguir.

Tal vez sea tiempo ya de no rascarse una y otra vez
en los mismos dolores,
extrañar los mismos rostros,
repetir las estúpidas excusas, 
exprimir recuerdos infértiles.

Porque la memoria persiste,
porque el olvido no existe,
y porque hasta la herida más profunda
termina algún día de supurar,
tal vez sea necesario dejar en paz lo que fue.

Porque si el ejercicio neurótico insiste en repetirse,
acaso sea necesario una voluntad más constante,
un empujoncito diario,
un esfuerzo subversivo.

Para dejar el pasado en silencio,
para que el recuerdo sonría y no duela,
retirando el pie que insiste en pisar atrás,
agradeciendo el amor desparramado entre las sábanas.

Y entonces quedará limpiar el botiquín,
suspender los algodones y el Pervinox,
aceptar la cicatriz como piel nueva,
para poner sábanas limpias
y dejarse volver a acariciar.



















domingo, 5 de octubre de 2014

Candombito

Al Gordon

Apareciste así, con tu candombito de fondo.
como una guitarra que acompaña,
porque sabe que no le gustan las luces,
que no le interesan los protagonismos,
ni los grandes escenarios.

Y no suelo creer en la idea del destino,
eso de que las cosas ya están escritas de algún modo.
Siempre preferí darle crédito al azar,
o merito a las casualidades,
pero sospecho que tal vez esta vez sí,
que fue el destino,
 el que me hizo tropezar con vos por esos días.

Y claro que no lo sabíamos,
que como cualquier encuentro
todo podía quedar en una complicidad inicial,
un chiste fácil,
unos vasos de cerveza,
alguna historia similar.

Pero resultó que la historia similar,
era más que similar,
y entonces empezaste a aparecer por casa,
cuando el sol empezaba a caer,
y te prendías un pucho,
y llenábamos los vasos,
para contarnos mil veces la misma historia,
los eternos dolores pretéritos,
las enésimas dudas de mañana,
el puñado de certezas de hoy.

Entonces tu presencia se me volvió necesaria,
y empezamos con los viajes, 
la idea de multiplicarnos en miles de kilómetros,
de ampliar nuestras fronteras internas
con la excusa de viajarnos,
y llegó Buenos Aires, tantas veces,
y llego Las Grutas tantas otras,
y llego el lago,
y llego Uruguay.

Y ahora es tan lindo verte llegar
con tu caminar tranquilo,
con tu sonrisa honesta,
me son tan necesarios tus gestos sencillos,
ofreciéndote siempre a dar una mano,
 con ese don para saber acompañar,
 mientras cebás un mate en el camino,
 o le echás soda al vino
y prendemos el chulengo 
aguantando mis soliloquios sin juzgarme,
o contándome de ese monstruo que aún te duele adentro,
y no terminás de vomitar. 

Ahora es tanta la gratitud que siento,
la alegría que me da saberte parte de mis días
en esta ruta constante que es la vida,
que mientras veo nuevamente el sol caer,
y voy prendiendo el fuego
siento que ahí venís vos,
 silbando tu candombito,
para repetir cotidianamente
 el círculo sagrado
de la amistad profunda.