Al Ber
Yo no conocía la profundidad.
Y quizás de no haber sido por vos,
todavía no la conocería.
Porque fue cuando te conocí,
allá en la niñez primera,
que descubrí un territorio
desconocido hasta entonces,
territorio que intuitivamente
recorrimos juntos.
Sí, vos quizás nunca lo supiste,
y hoy casi veintipico años después
acaso sea necesario confesarlo,
eramos niños y yo aprendí
a conmoverme del mundo junto a vos.
Es decir, fuiste vos el que me enseñó
que el absurdo era un opción,
fuiste vos el que me enseñó
a reírme de la mediocre realidad,
y fuiste vos el que me enseñó
que el arte y el humor
eran las formas más lúdicas
de inteligencia.
Claro que yo no lo sabia entonces,
claro que todo esto sucedía entre chocolatadas,
bicicletas y carpeadas.
Por eso a mis doce años,
cuando te fuiste a vivir a Buenos Aires,
aprendí a sufrir por amor por primera vez,
y supe también, que de ninguna manera
podía dejar que la distancia me alejara
del lazo más genuino que la vida me ofrecía.
Porque eso eras,
porque eso sos,
mi experiencia más profunda con el otro,
una excepción a la norma,
la oveja amarilla del rebaño,
una alteridad asombrosa y brillante,
cuyos límites infinitos han dilatado los míos,
convirtiéndose así,
en la más abismal de mis amistades.
Y hoy me pregunto cuánto menos
sentiría el mundo si no te hubiese conocido,
cuánto menos me hubiese atrevido a bucear en mí
si no fueran por las preguntas que juntos nos hicimos,
cuánto menos hubiese reído y llorado en esta vida nuestra.
Y ahora,
que escribo estas palabras que no corregirás porque no irán a ningún libro,
recuerdo al niño que te miraba con profunda admiración,
siendo acaso tu primer fan,
y por esos guiños del universo,
veinte años más tarde,
te sigue mirando igual,
con la misma admiración,
con el mismo amor,
compartiendo un escenario,
recitando mis textos que también son tuyos,
porque mi historia es un nudo junto a la tuya,
jugando con tus canciones como en la escuela,
cantando "Aquel Manzano",
sin saber, porque era imposible saberlo,
que estábamos sellando un lazo imperecedero,
que compartiríamos tantas alegrías recíprocas,
que nos dolerían tanto los dolores del otro,
que seríamos las dos caras de un Yo,
dándole forma a la amistad más inmensa,
al amor más profundo,
que seríamos las dos caras de un Yo,
dándole forma a la amistad más inmensa,
al amor más profundo,
a la vida misma encontrándonos.