Al Gordon
Apareciste así, con tu candombito de fondo.
como una guitarra que acompaña,
porque sabe que no le gustan las luces,
que no le interesan los protagonismos,
ni los grandes escenarios.
Y no suelo creer en la idea del destino,
eso de que las cosas ya están escritas de algún modo.
Siempre preferí darle crédito al azar,
o merito a las casualidades,
pero sospecho que tal vez esta vez sí,
que fue el destino,
el que me hizo tropezar con vos por esos días.
Y claro que no lo sabíamos,
que como cualquier encuentro
todo podía quedar en una complicidad inicial,
un chiste fácil,
unos vasos de cerveza,
alguna historia similar.
Pero resultó que la historia similar,
era más que similar,
y entonces empezaste a aparecer por casa,
cuando el sol empezaba a caer,
y te prendías un pucho,
y llenábamos los vasos,
para contarnos mil veces la misma historia,
los eternos dolores pretéritos,
las enésimas dudas de mañana,
el puñado de certezas de hoy.
Entonces tu presencia se me volvió necesaria,
y empezamos con los viajes,
la idea de multiplicarnos en miles de kilómetros,
de ampliar nuestras fronteras internas
con la excusa de viajarnos,
y llegó Buenos Aires, tantas veces,
y llego Las Grutas tantas otras,
y llego el lago,
y llego Uruguay.
Y ahora es tan lindo verte llegar
con tu caminar tranquilo,
con tu sonrisa honesta,
me son tan necesarios tus gestos sencillos,
ofreciéndote siempre a dar una mano,
con ese don para saber acompañar,
mientras cebás un mate en el camino,
o le echás soda al vino
y prendemos el chulengo
aguantando mis soliloquios sin juzgarme,
o contándome de ese monstruo que aún te duele adentro,
y no terminás de vomitar.
Ahora es tanta la gratitud que siento,
la alegría que me da saberte parte de mis días
en esta ruta constante que es la vida,
que mientras veo nuevamente el sol caer,
y voy prendiendo el fuego
siento que ahí venís vos,
silbando tu candombito,
para repetir cotidianamente
el círculo sagrado
de la amistad profunda.
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