Fue mirando una estúpida vidriera que me di cuenta.
El reflejo del vidrio devolvía mi imagen incompleta.
En una mano una bolsa, y en la otra nada.
En ese momento entendí que hacia rato me sobraba una mano.
Comencé a mirarla confundido,
a mover sus tristes falanges intentado comprender.
Y vi una mano inerte,
una mano absurda de sentido desde hace tiempo,
una mano muerta.
Porque de nada sirve una mano que no tiene de quien asirse.
Una mano que ya no te sostiene,
ni se sostiene,
que no camina las calles agarrado de la tuya
ignorando que acaso eso era la felicidad.
que no camina las calles agarrado de la tuya
ignorando que acaso eso era la felicidad.
Una mano que ya no se sujeta a tu universo,
y cuelga obsoleta de un brazo que tampoco te abraza.
Fue en ese momento que me supe manco,
que mis dedos entumecieron y dejaron de moverse,
sabiendo quizás que ya no rascarían tu espalda,
que ya no caminarían tu rostro,
que ya ni siquiera te alcanzarían un mate.
Desde esos días escondo mi mano en el bolsillo,
con una inocua vergüenza,
con la pena enorme de no saber para qué,
sin comprender cómo ni en qué momento
mi mano soltó tu mano,
amputándome los días,
amputándome los días,
y condenándome a vivir
una vida mutilada.
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