Nunca sabré bien explicarme,
nunca sabré porque eso sí,
ni porque eso no,
nunca sabré bien porque elijo lo que elijo.
Es que tal vez sea un profundo ignorante
de mí mismo.
Y bien sé que debo acotar el goce
y encausar el deseo,
bien sé que en un mundo que fagocita
explicaciones,
dudar puede ser un castigo,
una insolencia sinsentido.
Pero cuando me piden explicaciones,
cuando me preguntan el porqué,
solo atino a balbucear torpes razones,
acomodar débiles palabras
para satisfacer la mirada que interroga,
como un niño inseguro
esperando el gesto confirmador.
Pues la mayoría de mis elecciones,
casi todas mis decisiones vitales,
obedecen más bien a intuiciones latentes,
a deseos intraducibles,
a necesidades innombrables,
que a certeras razones,
a verdades explicables.
Por eso quizás la mirada decepcionada
cuando
digo lo que digo,
por eso quizás nunca bastaran mis
argumentos,
por eso quizás nunca sabré explicarme
en un mundo hambriento de sentido.
Y cuando miro para atrás,
cuando miro el camino recorrido,
celebro esta ausencia de sentido,
este temblor de juicio,
esta existencia siempre frágil,
esta vida con tantas vidas,
este guion improvisado,
esta profunda ignorancia de mí mismo.
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