viernes, 22 de enero de 2016

Razones para no ir al peluquero

Hace días que ando con ganas de cortarme el pelo.
Ya me cuesta peinarlo, los rulos andan desprolijos  
y siento que tengo un plumero en la cabeza. 

Y cada vez que lo digo, 
cada vez que te lo cuento, 
vos me decís que no. 
Que te encantan mis rulos,
 que estoy bien así, 
entonces dudo y finalmente lo postergo.  

Pero resulta que después voy a trabajar, 
o ando por la calle, 
me miro en algún espejo 
y otra vez me vuelve la idea 
de que tengo que cortarme el pelo. 

Desde hace días ando así. 
Esta burguesa sensación de que tengo un plumero 
que muere en el mismo instante que me decís que te gusta así, 
y me acaricias el pelo, 
y tus dedos se ponen a jugar en mi cabeza. 

Y recién,
mientras el espejo de un ascensor
 me devolvía otra vez a la certeza de que tengo el pelo hecho un caos, 
miré mi imagen desprolija,
y comprendí que era un idiota.
Que no sabía el error que acaso estaba por cometer 
por culpa de este narcisismo obsoleto. 

Porque no es cierto que quiera cortarme el pelo,
pues yo no necesito ninguna prolijidad que prescinda de tu mirada, 
lo que yo quiero, 
lo que yo realmente quiero, 
es ser visto por tus ojos todo el tiempo, 
esos cuya miopía me ven hermoso pese a mis faltas, 
y ser acariciado por tus manos, 
esas pequeñas manos 
que hace días eligen acariciarme el pelo
hasta que nos llega el sueño.

Milanesas

A Mamá
Yo sé que no puedo manifestar
deseo sin que intentes satisfacerlo,
y que siempre estas ahí pendiente,
incluso cuando aparentas no hacerlo.

Yo sé que te pido milanesas
y al otro día las tengo,
o digo al pasar como me gustan
tus berenjenas, y al rato nomas,
tengo un frasco lleno.

Sé de tu ejercicio permanente 
de llenar agujeros,
de zurcir con hilo y aguja
tus dolores para que no se noten,
y de tu mirada llena de indicaciones
cuando la comida es poca
y la visita es mucha.

Y sé que quizás cada vez que me voy,
mientras yo me despido de los amigos,
me armas el bolso a escondidas,
dejando tu tristeza afuera para que nada
demore mi vuelo.

Y también sé,
que cuando haces así con la mano desde la reja,
sonriendo como si mi partida no importara,
por dentro estas llena de temores,
de esos miedos bien maternos.

Por eso, cada vez que me voy de casa,
y dejo atrás el pueblo, 
con esta necesidad nómade de 
seguir buscando eso que no sé que quiero
(y que a vos te gustaría encontrar para mi,
si supieras que es lo que quiero),
yo me voy lleno.

Y me llevo milanesas,
y me llevo berenjenas,
y me llevo un nudo en el pecho
por cada uno de tus gestos,
por tu amor que tanto da en silencio, 
y me llevo,
sobre todo me llevo,
tu forma de regalarme
libertad todo el tiempo.



viernes, 15 de enero de 2016

Astronauta

Cuando ya me había acostumbrado a la tierra,
cuando andaba con los pies bien pegados al piso,
con los pasos seguros,
y la semana empezaba los lunes
y terminaba los domingos,
venís vos y me lanzas al espacio.

Cuando ya no me importaba la astronomía,
ni soñaba con pisar Marte, 
ni contaba días,
ni extrañaba la luna,
venís vos y me pones a gravitar.

 Quiero decir,
apareciste con tu sonrisa escafandra,
y me pusiste a flotar todo el día,
a saltar de estrella en estrella,
convirtiendo tu presencia en oxígeno,
y perdiendo toda noción de tiempo.

Y así ando,
 pisando nubes, 
mientras mis amigos me buscan en Saturno, 
y yo que te miro,
sonrío,
y floto,
levitando en una galaxia con tu nombre,
 entendiendo que me había acostumbrado a la tierra
como un niño frustrado
que creyó imposible llegar al cielo. 

Hasta que llegaste vos con tu abrazo propulsor,
con tu amor sideral,
y me convertiste para siempre
en astronauta. 
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