martes, 8 de noviembre de 2016

Payaso

            Mirá que yo soy un defensor de la tristeza eh, mirá que me la paso diciendo que en esta época llena de prospectos para ser feliz, en esta época del goce constante, la tristeza es una emoción necesaria, un mecanismo de defensa contra la estupidez del mundo. Que todos tenemos el derecho de andar tristes de vez en cuando sin tener que dar tantas explicaciones. Pero con vos esos argumentos no me sirven para nada. Con vos me pasa todo lo contrario, con vos no puedo. 
           Es que cuando estás así, cuando andás como mirándote para adentro, con la mirada nublada, con esa tristeza sin nombre, yo me pongo a dar vueltas cerca tuyo sin saber qué hacer, como un perro con la cola entre las patas. Y entonces hago chistes estúpidos, preparo mate en el mate de lata que a vos te gusta, te compro aceitunas rellenas y te pregunto sesenta y siete veces si necesitás algo mientras recurro a mi baúl de trucos bobos para ver si te saco una sonrisa, si te hago reír un poco. Y a veces vos me devolvés una sonrisa tibia, con tus ojos repletos de domingo, dándome a entender que la cosa no es conmigo, que te deje tranquila con tu tristeza llena de tiempo. Y yo te miro sintiéndome un payaso inútil, un bufón desorientado.
         Y te dejo un rato sola, convenciéndome de que está bien así, que a todos nos pasa, que todos tenemos nuestros días, que a mi tampoco me gusta que me jodan cuanto estoy triste. Y vuelvo por un segundo a mis argumentos berretas, a repetirme que la tristeza es un derecho, a mis convicciones de horóscopo mojado. Pero eso me dura muy poco, dando vueltas por la casa con un nudo en la panza porque no aguanto verte así, con la mirada apagada. Y entonces lo intento otra vez, vuelvo con algún chiste idiota, algún refrán de esos que me enseñó mi viejo, vuelvo torpemente a intentar barrer tu tristeza, como haciendo caso omiso a tus ganas.
          Pero tenés que saber que esta insistencia es culpa tuya, que sos vos la que me mal acostumbró. Vos y tu compulsión a sonreír de esa manera. Vos y esa sonrisa imperfecta. Sí, la culpa es tuya. En el fondo sé que es eso. Sé que es mi egoísmo miserable el que no soporta tus días tristes. Es mi deseo cachorro el que busca tu sonrisa todo el tiempo. Yo y mi narcisismo infante que se sostiene de tus gestos. Yo con la cola entre las patas el que hoy se contradice. Porque claro que sé que la tristeza es un derecho. Pero me vas a tener que disculpar, con vos no puedo. No soporto verte así, odio esos días. Esos, que me convierten en este payaso inútil, en este bufón desorientado que te escribe haciendo malabares para regalarse tu sonrisa. 

jueves, 3 de noviembre de 2016

El Hijo del Gallego (segunda parte)

"Vos tenes que estudiar, no seas un boludo como yo" , me repetía siempre mi viejo. Supongo que ese consejo era una mezcla de frustración personal con el deseo de todo padre de que su hijo estudie en la universidad. Y supongo que ese consejo no era solo suyo, era la voz propia de toda una generación. Esa que queriendo estudiar no pudo, o pudiendo no quiso, esa generación, la de mis viejos, que veía en el estudio universitario una promesa de futuro, de una vida mejor.
Será por eso que yo pude estudiar y recibirme. Un poco por eso, y otro poco porque tuve la posibilidad. Pero no hubo en ese tránsito universitario, ni lo hay hoy en mi oficio, nada parecido a una vida mejor. Quiero decir, sí probablemente he tenido mejores posibilidades, puedo vivir de lo que estudié, y si no pasa nada extraordinario, moriré viviendo de ello. Pero haber tenido mejores posibilidades, no me convierte de ningún modo, en mejor tipo que mi viejo.
Porque hace rato entendí que mi viejo tiene un talento que escapa a las universidades y los academicismos. Y aunque crean que es una exageración, una mirada de hijo que ve gigante a su padre, los que lo conocen, saben que hablo en serio. Mi papá tiene soluciones para todo, mi papá es una máquina de hacer favores, quiero decir mi viejo es millonario en gestos. 
Cada vez que he tenido un problema, cada vez que necesité ver un médico de urgencia, o necesitaba laburo, cada vez que se me quedó el auto, me quedaba sin luz en casa, o un amigo necesitaba una mano, mi viejo me daba un teléfono, y me decía: "Llámalo de parte mía, decile que sos el hijo del gallego".
Y con un poco de timidez, pero sobre todo con urgencia, yo llamaba a el "Bocha", o el "Turco", a "Puchi", a el "Dado", a "Pelé", o al "Richi", y al rato tenía mi problema resuelto. Y como si eso fuera poco, cuando llegaba el momento de pagar, siempre recibí la misma respuesta: "No se te ocurra darme nada. Vos no sabes los favores que yo le debo tu viejo".
Y dicho así, suena como si mi viejo fuera político, o un capo de la mafia, un tipo al que le tienen miedo y por eso todos les responden.  Pero nada de eso, no soy el hijo de un Intendente, ni soy hijo de Don Corleone, ni soy el hijo de....yo soy el hijo de "El Gallego", un tipo que sin universidad de por medio, tiene una maestría en resolver problemas ajenos.
Por eso cuando lo veo atender el teléfono a toda hora y salir corriendo como loco a conseguir una garrafa, una cama y un colchón nuevo para esas familia que se les quemó el rancho o cargar el baúl del auto con leche y alimentos para una escuela, o llamar a la radio pidiendo una heladera para un comedor, yo lo miro sabiéndome ignorante.
Por eso cuando todos lo saludan en el pueblo, y él responde con un chiste, diciéndome "no tengo idea quien es este", mis estudios universitarios se vuelven obsoletos.
Porque hay tanto doctor en lamer botas, tanto licenciado en ignorar dolores, tanto ingeniero en mirar para otro lado, tanto moralista del discurso, que yo te miro ahora y me dan ganas de decirte que siempre estuviste equivocado viejo, que vos no sos ningún boludo, que a mí me llena de orgullo el papá que tengo, que la universidad no garantiza nada, a lo sumo y con suerte, un poco de plata, pero que la solidaridad no se aprende en los manuales, y que si algo aprendí de vos es que habitar el dolor del otro es una cosa ética y no técnica, y que en eso, sos es el mejor de los maestros.
Y decirte, sobre todo decirte, que ojala llegue a ser un poquito como vos, millonario en gestos, licenciado en buena gente, y que el día de mañana cuando mis hijos necesiten un favor, sientan su corazón hincharse como yo siento el mío, cada vez que tengo que escuchar: "No se te ocurra darme nada. Vos no sabes los favores que yo le debo a tu viejo".

Matias de Rioja
04 de Noviembre de 2016