¿Desde dónde hablar sobre el adiós?
¿Desde qué lados?
¿Desde la mano que titubea al despedirse o
desde los ojos que resisten la partida?
¿Y de quién es el adiós?
¿A quién le pertenece?
¿A quien busca dejar atrás eso que lo habita,
los calvarios bajo piel,
el cadáver de otros días,
un durante que se volvió amarra?
¿O de quien se rehúsa a despedirse,
de quien resiste en un abrazo que agoniza,
de quien ruega un poco más?
¿Es el adiós necesariamente un límite?
¿Un punto final implorando distancia?,
¿o se dice adiós deseando lo que aún se ignora?
¿Y de qué está hecho el adiós?
¿De memoria muerta,
de existencia opaca,
de amor perecedero?
¿o de obstinada persistencia,
de imposible olvido,
de herida siempre abierta?
Y quien dice adiós,
¿sabe acaso lo que dice?
¿De qué se está despidiendo?
¿Alcanza acaso decir adiós para despedirse?
¿O es sólo una coartada cobarde,
un vano intento por alejarse de aquellos que son uno,
corazones de carne ajena que irrigan nuestra sangre?
¿Y cuántas caras tiene el adiós?
¿Alguien vió sus fotos?
¿Un único y solitario rostro que condensa todo lo que se despide?
¿O una serie infinita de miradas que insisten en volver?
Y por último,
¿Cuál es el sentido del adiós?
¿Agachar la mirada como quien acepta lo irreversible del tiempo?
¿Una suerte de flor que se deja en el cementerio del pasado?
¿O se dice adiós con los labios llenos de esperanza?
¿Con el temblor de todo el cuerpo?,
¿Con la vida en la garganta,
empecinada en darnos
otra oportunidad?
Matias de Rioja