Me quedé pensando en tu pregunta, Mauro. Esa de si estaba seguro. Y la verdad que me da un poco de gracia que me lo preguntes justo vos. Porque si algo sabés, si de algo te has burlado muchas veces es que yo no suelo estar seguro nunca de mis decisiones. Y quizás hasta admire un poco a esa gente, a esos que cuando les preguntás, responden sin titubear, convencidos de cada paso que dan, como si vivieran en un universo repleto de certezas.
Pero yo no, Mauro, lo mío vos bien sabés que son las dudas, los rodeos, los titubeos, esto de darle tres o cuatro vueltas a las cosas antes de decidir. Por eso te decía que eligieras vos los vinos, o dónde querías parar a comer cada vez que andábamos de viaje, porque sabía que mis dudas te ponían nervioso.
Y si lo pienso un poco, fue siempre así. La mayoría de mis decisiones vitales, aquellas que cambiaron el curso de mis días y configuraron mi existencia, fueron decisiones de las que nunca estuve del todo seguro. Así decidí estudiar lo que estudié, así acepte mi primer trabajo, así decidí dejar la casa materna, así decidí publicar mi primer libro, y así decidí irme de mi pueblo para venirme a vivir a Buenos Aires. Siempre dudando.
Pero, ¿sabes qué, Mauro? Yo ya aprendí que la seguridad no es un atributo que me habite, y en el fondo creo que eso de la certeza es un argumento frágil, por eso tal vez yo elija moverme siempre para donde me lleva la alegría y no la certeza. Y no te hablo de esa alegría que convirtieron en un negocio, Mauro, no hablo de ese eslogan berreta, de esa revolución que prometieron mientras estaban llenos de rencor, hablo de otra alegría, hermano, de la alegría profunda, la que multiplica y rompe mismidad, de la alegría de encontrarse con el otro y en el otro, de esa alegría que es potencia y es deseo.
Y no sabes la alegría que a mi me da pasar mis días con ella, Mauro, lo asombrosamente fácil que es estar juntos, la libertad que tenemos para poder dudar tranquilos, sin tener que fingir todo el tiempo que tenemos todas las respuestas. Porque vos sabés que la vida es un bicho complejo, que los caminos pueden ser muchos, y las contradicciones son una necesidad, pero cuando estoy con ella no me creo con la pedante obstinación de esgrimir seguridades.
Entonces ando con esta permanente sensación de alegría desde hace mucho tiempo, Mauro, y para mi eso es el horizonte. Y si bien nunca estaré seguro de mis decisiones, ni por qué esa carrera, ni por qué ese trabajo, ni esa ciudad, y tampoco sabré si el amor es razón suficiente para construir un destino, si estoy convencido que lo es la alegría. Quiero decir, no creo en ningún futuro que no tenga la alegría como punto de partida, y a mi se me inunda el pecho como un idiota cada vez que la veo, Mauro, cada vez que me pide que le prepare un mate, o la abrace un rato más, una alegría que me hace escribirte con los ojos húmedos mientras voy en el ciento sesenta a buscar las llaves de nuestra casa, la casa en la que siempre tendrás un colchón, Mauro, la casa en la que decidimos irnos a vivir con todas nuestras dudas, preguntas y ternura, la casa a la que nos llevamos esta profunda alegría de estar juntos.
Matias de Rioja
Matias de Rioja
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