viernes, 13 de octubre de 2017

A vos, Gitano

A vos, Gitano ( y a los psicólogos que abrazan).
El informe decía que tenias un par de hurtos, problemas de consumo, rasgos antisociales y un par de datos inútiles más que ya no recuerdo. El informe decía muchas cosas cosas, pero no decía nada de vos.
Y ahora que ya pasaron algunos años en este oficio, ahora que la gente me saluda para está fecha, pienso mucho en vos. Pienso que será de tu vida, en que lindo sería cruzarte, darte un abrazo y pedirte disculpas por ese día.
Sé que suena a excusa pero por entonces yo recién empezaba. Me habían dicho que eras un caso perdido, un "pibe chorro". Y con esa información, más los nervios de tener que poner a prueba todo eso que me habían enseñado en la facultad, yo no supe escucharte, Gitano.
Así te decían, me dijiste, sentado con esa gorra que nunca te sacabas y que después me terminarías regalando. Esa que me enseñaste se le dice visera porque la gorra es la otra, "la gorra", es la policía.
Ese día, nuestro primer día, yo te pedí que hicieras unos dibujos. Una persona bajo la lluvia, una casa, un árbol, y te mostré unas tarjetitas que tenías que dibujar lo más parecidas posible. Vos me miraste y me dijiste que no tenías ganas, que ya lo habías hecho muchas veces, que para qué venias acá si al final era lo mismo que en el juzgado.
Yo no sabía que responderte. Todo lo que yo sabía, lo que me habían enseñado, es que así yo iba a saber si eras peligroso o no, que tipo de trastorno tenías. Yo así iba a poder diagnosticarte y te pedí que lo hicieras igual. Después hice las preguntas de rigor, esas que enseñan los protocolos y que vos respondiste con desgano. Lo triste, pienso ahora, es que salí de esa entrevista convencido que ya tenia material y yo también hice un informe. Un informe con tu nombre que tampoco decía nada de vos, Gitano.
Es que pese al esfuerzo de Mabel y Graciela -esos docentes que enseñan que el amor está mucho antes que cualquier discurso-, de todos modos salimos creyendo que en este oficio es más importante preguntar que escuchar. Quiero decir, salimos tan llenos de técnica y tan faltos de ética, nos enseñan tanto a defendernos y no a ofrecernos, que lleva años sacarse de encima las anteojeras que sólo buscan patologías, y que cuando no las hay, las inventan.
Quizás por eso me llevo tiempo poder escucharte, Gitano. Poder saber de vos y tu historia. Poder hablar con el pibe detrás de cualquier diagnóstico. Saber como tu viejo fajaba a tu vieja cada vez que se emborrachaba, de las veces que con tu hermana no tenían nada en el plato para comer, de la muerte de tu hermano más grande a manos de la policía, o de las veces que viste a tu abuelo tocar a tu hermanita. Todo eso me entere después, mucho tiempo después.
Por eso te quiero pedir disculpas. Por mi prepotencia de entonces. Por tardar en darme cuenta que esos test eran un mecanismo de defensa mío, pero que nada hacían por vos. Por tardar en sacarme de encima los prejuicios de una ciencia que a veces se cree por encima de los contextos. Una ciencia cuyo discurso suele buscar responsables en las consecuencias y no en las causas. Que muchas veces es utilizada para legitimar formas de exclusión previas, buscando chivos expiatorios como vos Gitano, para justificar la mecánica perversa de este sistema que todo lo expulsa en nombre de una normalidad que no existe.
Y ahora que pasaron tantos años, me gustaría decirte lo que entonces no te dije. Decirte todo lo que me enseñaste. Como gracias a vos, a mis compañeros y a los pibes con historias como la tuya, aprendí que los psicólogos podemos trabajar sin perder jamás la ternura. Que la hospitalidad y el abrazo no nos hacen menos idóneos y que lo técnico nunca puede escindirse de lo ético y lo político. Decirte, como me enseño Nadia, que el misterio del otro es imposible y que no hay diagnóstico que te defina, Gitano. Que la mirada amorosa está por encima de cualquier discurso y que de eso se trata la alteridad. Decirte todo esto que no te dije cara-a-cara el día que te deje en la puerta de la comunidad terapéutica en Buenos Aires, el día que nos abrazamos entre lágrimas, y mientras vos me dabas las gracias, yo no tuve el coraje de pedirte perdón. El día que me regalaste tu visera.

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