Cuando todo esto termine.
Vengo repitiendo seguido esta frase.
Cuando hablo,
cuando escribo,
cuando pienso.
Y sospecho que es mi manera de poner certeza
ante tanta incertidumbre.
Como si la real angustia de estos días
se diluyera en todo lo que haré después,
cuando esto pase.
Y sé que es una trampa,
un modo de defenderme,
Mi obsesiva manera
de querer tener el control
incluso ante lo incontrolable.
Y la verdad no sé cómo será el mundo
cuando todo esto termine.
Ni cuándo ni cómo.
No sé si aprenderemos algo,
si dejaremos de ser hostiles con todo lo otro,
lo diferente a nosotros mismos.
No sé si la vida en comunidad
al fin será el horizonte,
o si seguiremos entendiendo la vida
como una mercancía,
de la misma manera que lo hacíamos,
antes de que un virus nos devolviera
a nuestra insignificancia.
Y entre tanta incertidumbre,
un puñado de deseos se me imponen
todos los días en mi conciencia.
La necesidad de que todos los rostros que amo
estén ahí afuera,
cuando este confinamiento termine.
Si, quizás eso sea todo lo que mi egoísmo desea.
La certeza de que volveré a rozar las manos
de mamá mientras me alcanza un mate,
que veré a mi padre caminar con sus pantalones caídos
y le aceptaré siempre otro vaso de vino.
Que con mis hermanos
seguiremos haciendo circular la ternura
con asombrosa ironía,
y que ahí estarán los amigos y las amigas,
para seguir celebrando resacas.
Y una cosa más se me impone:
La necesidad de seguir caminando mis días junto a ella.
La persona con la que quiero estar
cada vez que quiero estar solo,
la que espero siga estando ahí,
cuando todo esto termine.
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