El tiempo acomoda las cosas,
repetíamos como un mantra.
Un modo cobarde de nombrar
lo innombrable.
Un eufemismo para escapar
de nosotros mismos.
Entonces los días siguieron con su trote monótono.
Los horarios pegados en la heladera,
los gestos edulcorados,
la mirada esquiva,
la rutina como un revotril silencioso.
Aunque las cosas no se acomodaban,
repetíamos el mantra,
Y la piel seguía distante,
la complicidad trunca,
del deseo muerto,
el futuro opaco.
Al final,
las cosas se nos vinieron encima,
escombros de lo no dicho,
y solo bastó miramos fijo
para aceptar que el tiempo
siempre fuimos nosotros,
sin fuerzas para sostener
el amor que se derrumbaba.