miércoles, 18 de febrero de 2015

Pulpos

"Que importa el porqué,
si acá ya estamos"
Luciérnagas de otros mundos
Javier Andrada


Nunca me gustaron los consejos.
Nunca entendí esa prepotencia
de decir lo que hay que hacer, 
ese dedo que sugiere, 
 esa inflección en la voz para
explicar la vida ajena.

Porque tal vez el lazo genuino,
la palabra justa,
debe acercarse más a la duda 
que a la certeza,
pues creo que en el fondo
la amistad no sea más que eso,
poder dudar junto a otros.

Es decir, 
alejarse todo lo que se pueda
de las explicaciones,
de la certidumbre,
del dos más dos,
de lo que haría en tus pantuflas.

No sé a donde tenes que viajar,
no sé qué haría en tu lugar,
ni con tu pareja,
ni con tus hijos,
no sé si el amor sí,
o el amor no,
no sé el porqué,
y mucho menos el para qué.

Pero aquí me detengo
acaso a contradecirme,
y me permito esta pequeña prepotencia
esta moraleja con algunas canas,
y escupo esta suerte de consejo,
quizás hay que ser un pulpo.

Es decir,
multiplicar los brazos, 
estirar los tentáculos, 
germinar lazos,
quebrar rutinas,
permitirse otros cuerpos, 
otros recorridos,
otros territorios, 
decir sí, 
siempre sí,
siendo hospitales, 
hoteles, 
y restaurantes,
defender el silencio como gesto,
preguntar menos,
sentir más.
evitar el miedo que se impone,
tener siempre la pava en el fuego,
ser el mate que se ofrece
y empezar a reconocer nuestro rostro,
en el rostro de los otros. 
.











jueves, 12 de febrero de 2015

Veinte

"Sentir que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada.."
Carlos Gardel

A mi nadie me lo contó,
porque yo estuve ahí.
A veces de testigo,
a veces cómplice,
a veces un mero observador
pero yo estuve ahí.

Estuve cuando a sus dieciocho años
 él gustaba de ella,
que solo tenia quince,
y yo con mis doce años apenas sabía lo que
era gustar de alguien,
sin saber, 
porque era imposible saberlo, 
que veinte años después él
seguiría gustando de ella.

Estuve ahí cuando se pusieron de novios,
en un lago del sur,
y la familia de ella lo miraba pesadamente
sin poder entender cómo ella,
justo ella,
podía salir un chico que ya tenía
más de siete pelos de barba.

No estuve ahí todas las veces que supe
irme de nuestra habitación de la calle los Pinos,
por qué ellos querían estar solos
y yo obediente me marchaba,
sin entender bien porque no podía estar ahí.
Unos años más tarde lo entendí. 

Estuve ahí cuando por esos guiños del destino, 
nos mudamos justo enfrente de la casa de ella,
en la calle Los Nogales,
y él se iba todos los días a trabajar en
la bicicleta blanca de ella,
que lo esperaba cotidianamente en la vereda a al regresar,
en esos gestos amorosos que hoy me siguen conmoviendo.

Estuve ahí cuando se fueron por primera vez solos
a Necochea,  y cuando él sentó a
mamá para contarle,
entre el miedo y la alegría,
que se iba a vivir con ella. 

También estuve ahí cuando ella
entro hermosa de blanco,
con su padre del brazo,
y él temblando del otro lado,
sellando religiosamente,
con un beso lleno de lagrimas,
un amor que hacia rato ya habían confirmado.

Estuve ahí, 
y esta vez sí que estuve ahí,
cuando nos tomamos los tres un café en Buenos Aires,
porque el bebé no llegaba,
porque los estudios daban mal,
y aún recuerdo su silencio,
cuando como un psicólogo nobel, 
pregunte por qué querían ser papas.

Estuve del otro lado del teléfono, 
cuando él con un llanto gutural
me decía que sí,
que sí,
que sí,
que el evatest dió positivo,
y nueve meses después el universo se hacia más grande
cuando Joaquin llegó a sus vidas.
Y a las nuestras. 

Estuve ahí cuando él
se llenó de miedos obsesivos,
y ningún psicólogo pudo más
que el amor de ella, 
una vez más, 
siendo enfermera,
esposa, madre, 
y amiga. 

Estuve ahí cuando la cosa fue al revés,
cuando Chiquin enfermó,
y la muerte miserable se hizo presente,
haciendo el sufrimiento demasiado para ella. 
Entonces le toco a él,
ser enfermero,
 esposo, padre
y amigo. 

También estuve ahí cuando las cosas se pusieron difíciles.
Porque la experiencia amorosa también está hecha de miserias,
y entonces el desencuentro,
la distancia,
 dos casas, 
contradicciones y dolores.
Pero también estuve ahí meses después,
cuando el tiempo acomodó las cosas,
cuando el amor los siguió eligiendo,
y los dos, 
volvieron a ser uno. 

Y estuve cuando llegó Juanita,
la niña Bolchevique, 
la confirmación de que la vida siempre
se multiplica,
llenándonos de alegría
con su vitalidad cotidiana.

Y hoy todavía sigo ahí,
veinte años después,
celebrando en tiempos de desamor crónico,
este amor escuela.

Porque uno es también la historia de los suyos,
y porque él es mi hermano,
y ella mi cuñada,
y porque ellos 
me han inspirado desde mis doce años,
un profunda admiración,
 porque uno no puede dejar de aprender de
esa obstinada necesidad de elegirse y sostenerse,
uno no puede no conmoverse cuando ve su
complicidad muda,
sus gestos recíprocos,
uno no puede permanecer indiferente
ante su asombrosa manera de mirarse,
y cuidarse,
uno no puede dejar de desear una historia así
para si mismo.

Y yo agradezco humildemente
haber sido testigo,
ser un pedacito de este amor que
también me alimenta,
haber crecido con su historia ante mis ojos,
 llenándome de una genuina felicidad
y una mayor gratitud 
por el amor que se tienen.

Y celebro con estas pequeñas palabras
 su paciencia inoxidable,
sus mil tropiezos en el medio,
 sus hijos color sol,
su seguirse eligiendo,
y que yo siga ahí,
aprendiendo de ellos.
de su amor inmenso y constante,
de su amor escuela,
de su amor todavía horizonte
veinte años después. . 
















































lunes, 2 de febrero de 2015

Mundos

De este lado del mundo
los parpados a veces pesan demasiado,
y la memoria insiste en evocar
siempre las mismas fotos. 

De este lado del mundo
hay preguntas que me habitan
desde niño,
y aún permanecen tibias de respuestas.

De este lado del mundo
me multiplico en ignorancias,
hay muertos que todavía siento,
y gestos que me llenan
de pequeñas alegrías.

De este lado del mundo
me emociona la belleza infante,
me fastidio ante las explicaciones,
asumo mi responsabilidad ante la indiferencia,
y me duele toda idea de normalidad.

De este lado del mundo,
mis amigos son medicamentos,
mi familia tiene mil brazos,
las anécdotas son triunfos
y mi casa son los otros.

De este lado del mundo
a veces tiemblo por un nombre,
veo su rostro en
casi todos los rostros
y hay recuerdos que todavía
me susurran.

De este lado del mundo
los días son un big bang,
 los abrazos certezas,
la tristeza un derecho,
y los desconocidos
posibilidades.

De este lado del mundo
las mañanas siguen siendo prólogos,
la soledad es ya una palabra extinta,
la muerte una postergación cotidiana,
y el amor será siempre
 el horizonte necesario.