jueves, 12 de febrero de 2015

Veinte

"Sentir que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada.."
Carlos Gardel

A mi nadie me lo contó,
porque yo estuve ahí.
A veces de testigo,
a veces cómplice,
a veces un mero observador
pero yo estuve ahí.

Estuve cuando a sus dieciocho años
 él gustaba de ella,
que solo tenia quince,
y yo con mis doce años apenas sabía lo que
era gustar de alguien,
sin saber, 
porque era imposible saberlo, 
que veinte años después él
seguiría gustando de ella.

Estuve ahí cuando se pusieron de novios,
en un lago del sur,
y la familia de ella lo miraba pesadamente
sin poder entender cómo ella,
justo ella,
podía salir un chico que ya tenía
más de siete pelos de barba.

No estuve ahí todas las veces que supe
irme de nuestra habitación de la calle los Pinos,
por qué ellos querían estar solos
y yo obediente me marchaba,
sin entender bien porque no podía estar ahí.
Unos años más tarde lo entendí. 

Estuve ahí cuando por esos guiños del destino, 
nos mudamos justo enfrente de la casa de ella,
en la calle Los Nogales,
y él se iba todos los días a trabajar en
la bicicleta blanca de ella,
que lo esperaba cotidianamente en la vereda a al regresar,
en esos gestos amorosos que hoy me siguen conmoviendo.

Estuve ahí cuando se fueron por primera vez solos
a Necochea,  y cuando él sentó a
mamá para contarle,
entre el miedo y la alegría,
que se iba a vivir con ella. 

También estuve ahí cuando ella
entro hermosa de blanco,
con su padre del brazo,
y él temblando del otro lado,
sellando religiosamente,
con un beso lleno de lagrimas,
un amor que hacia rato ya habían confirmado.

Estuve ahí, 
y esta vez sí que estuve ahí,
cuando nos tomamos los tres un café en Buenos Aires,
porque el bebé no llegaba,
porque los estudios daban mal,
y aún recuerdo su silencio,
cuando como un psicólogo nobel, 
pregunte por qué querían ser papas.

Estuve del otro lado del teléfono, 
cuando él con un llanto gutural
me decía que sí,
que sí,
que sí,
que el evatest dió positivo,
y nueve meses después el universo se hacia más grande
cuando Joaquin llegó a sus vidas.
Y a las nuestras. 

Estuve ahí cuando él
se llenó de miedos obsesivos,
y ningún psicólogo pudo más
que el amor de ella, 
una vez más, 
siendo enfermera,
esposa, madre, 
y amiga. 

Estuve ahí cuando la cosa fue al revés,
cuando Chiquin enfermó,
y la muerte miserable se hizo presente,
haciendo el sufrimiento demasiado para ella. 
Entonces le toco a él,
ser enfermero,
 esposo, padre
y amigo. 

También estuve ahí cuando las cosas se pusieron difíciles.
Porque la experiencia amorosa también está hecha de miserias,
y entonces el desencuentro,
la distancia,
 dos casas, 
contradicciones y dolores.
Pero también estuve ahí meses después,
cuando el tiempo acomodó las cosas,
cuando el amor los siguió eligiendo,
y los dos, 
volvieron a ser uno. 

Y estuve cuando llegó Juanita,
la niña Bolchevique, 
la confirmación de que la vida siempre
se multiplica,
llenándonos de alegría
con su vitalidad cotidiana.

Y hoy todavía sigo ahí,
veinte años después,
celebrando en tiempos de desamor crónico,
este amor escuela.

Porque uno es también la historia de los suyos,
y porque él es mi hermano,
y ella mi cuñada,
y porque ellos 
me han inspirado desde mis doce años,
un profunda admiración,
 porque uno no puede dejar de aprender de
esa obstinada necesidad de elegirse y sostenerse,
uno no puede no conmoverse cuando ve su
complicidad muda,
sus gestos recíprocos,
uno no puede permanecer indiferente
ante su asombrosa manera de mirarse,
y cuidarse,
uno no puede dejar de desear una historia así
para si mismo.

Y yo agradezco humildemente
haber sido testigo,
ser un pedacito de este amor que
también me alimenta,
haber crecido con su historia ante mis ojos,
 llenándome de una genuina felicidad
y una mayor gratitud 
por el amor que se tienen.

Y celebro con estas pequeñas palabras
 su paciencia inoxidable,
sus mil tropiezos en el medio,
 sus hijos color sol,
su seguirse eligiendo,
y que yo siga ahí,
aprendiendo de ellos.
de su amor inmenso y constante,
de su amor escuela,
de su amor todavía horizonte
veinte años después. . 
















































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