¿Qué parte de mí y de mi hombría puede ofenderse porque las mujeres no quieren que vaya a su marcha?
¿Qué parte de mí, y de mi cuerpo heterosexual, político y patriarcal tiene derecho a indignarse cuando algunas de las mujeres que cosificamos, abusamos, secuestramos, violamos, empalamos y matamos, exigen que no haya hombres en sus plazas?
¿Qué parte de este cuerpo macho que no estuvo obligado a conocer ginecólogos en su infancia, ni a tomar anticonceptivos, ni va a ir preso por un aborto, puede sentirse excluido de una lucha que apenas entiende?
¿Qué parte de este cuerpo que no es empujado a depilarse, maquillarse, operarse, ni hacer dieta para ser deseado?
¿Qué parte de este niño que no tuvo que lavar platos, encerar pisos, cocinar o tener hijos para ser hombre, tiene el tupe de incomodarse cuando le piden que por una vez no sea centro y aprenda a ser periferia?
¿Qué parte de esta alma que nunca tuvo que cruzar la calle asustada si una mujer le caminaba detrás, ni recibir denigrantes adjetivos de trabajadores en andamios y onanistas en autos caros?
¿Qué parte de este cuerpo que ignora lo que es ser manoseado en un colectivo, y nunca temió por su vida tomándose un taxi de noche (o de día), ni fue acosado sexualmente por una jefa, o una compañera de trabajo, puede pretender ser víctima cuando todavía es victimario?
¿Qué parte de mi conciencia que pese a todos sus esfuerzos de creerse crítica, todavía se divierte enviando y recibiendo vídeos y fotos de mujeres desnudas por whatsapp, se incomoda si su sobrina se pone una pollera corta o le pide a su compañera manejar para sentirse seguro, que detiene su zapping cuando un par de tetas aparecen en la tele, se cree con la altura moral de acompañar a esas conciencias hace siglos oprimidas?
Ningún derecho. Ni mi cuerpo, ni mi alma, ni mi infancia, ni mi precaria conciencia (que siempre estuvieron del lado del opresor) tienen derecho alguno de ofenderse por no ser parte de esta lucha. Porque lamentablemente aún habitan en mí muchos de los gestos patriarcales que, cultura mediante, desde la cuna he mamado, y porque esta lucha les pertenece por entera a esos cuerpos cansados de ser masacrados, no me asiste derecho alguno de acompañarlas.
Hasta que nuestras fálicas mentes dejen de naturalizar su muerte, hasta que podamos mirarlas sin vergüenza a los ojos, y hasta que ellas nos convoquen a caminar a su lado, tendremos que ser nosotros, los machitos patriarcales, los que debamos quedarnos en nuestras casas viendo como un nuevo orden ético avanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario