No sé por donde empezar. No se ni como decirlo. Siento una vergüenza profunda. Algo que nace desde la boca de mi estomago. Una náusea por mi condición de hombre. Unas ganas de salir a pedir perdón, de decirles que no todos somos así. Pero eso no sería cierto, de algún modo todos somos así, todos matamos a Micaela, si, yo también mate a Micaela.
Y escribo esto con la náusea encima, como esperando que sólo sea una borrachera, que no sea cierto, que no lo hicimos de nuevo, que no las matamos otra vez. Pero si lo hicimos, porque tenemos total impunidad para hacerlo, porque crecemos con el derecho natural de hacerlo. Por que nos tienen miedo, y las condiciones siguen siendo las mismas para que esto así sea, para que no dejen de temernos.
Por más que digamos #niunamenos, o #vivaslasqueremos, por más que las acompañemos a las marchas, y levantemos sus banderas, tenemos el germen del monstruo adentro.
A nosotros nos enseñaron a mirarlas así, o a usarlas así, a verlas como otro de las tantos objetos útiles a nuestro deseo patriarcal, y la abrazo a mi novia, y pienso en su miedo cuando la subieron a ese auto, o en mi sobrina corriendo con terror mientras uno de nosotros le decía guarangadas desde una camioneta , y la náusea no se va, porque es algo que está tan adentro nuestro, un monstruo alimentado por siglos y siglos de una normalidad fálica y brutal, un monstruo que pese a todos sus esfuerzos por detenernos, sigue creciendo, por eso nos temen, por eso cruzan la vereda, por eso no pueden viajar solas, ni andar solas de noche, porque estamos en todas las esquinas con nuestra enferma manera de mirarlas, y tenemos todas las instituciones a nuestro favor, todas las subjetividades preformateadas a indignarse si intentan revelarse, si pintan una pared o si marchan desnudas.
Y claro que podría hablar de eso también, de la hipócrita manera que tenemos para indignarnos por un par de tetas y el silencio cómplice que sostenemos cuanto matan a una más, todos los días, todos los días, todos los días.
Pero no quiero hablar de eso, lo que quiero es pedirles perdón de algún modo, porque siento vergüenza por mi género, una vergüenza genuina y nauseabunda, pero que no me redime, porque claro que soy culpable, claro que hago un chiste si mi sobrina se pone una pollera corta, claro que habitan en mí los gestos de toda la violencia machista que insiste en presentarse como natural, claro que de algún modo yo también maté a Micaela. No sólo fue el asesino, no sólo fue el juez que lo liberó, no fue sólo el "sistema", como una categoría vacía y anónima, somos nosotros, los hijos sanos del patriarcado, los que pese a todos nuestros esfuerzos por deconstruirnos seguimos siendo cómplices, ya sea por omisión, de la muerta de Micaela.
Por eso, aunque no te conocía, yo también te maté de algún modo Micaela, yo también llevo en mi sangre el ADN cultural que insiste en tratarlas como cosas.
Por eso no diré #todossomosmicaela para lavar culpas, porque probablemente esté, una vez más, del lado del opresor y no del oprimido, porque seria estúpido pretender sentir el dolor y el miedo que hoy y todos los días las mujeres sienten, y porque los medios usarán la noticia hasta que ya no sea redituable, y porque cambian los rostros y cambian los nombres, pero lo que no cambia, es que mañana uno de nosotros estará esperando en otra esquina para volver a asesinarlas.
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