martes, 9 de mayo de 2017

Sanar

No fueron mariposas en la panza.
Ni las manos sudadas,
ni temblor en todo el cuerpo,
(bueno si quizás al principio,
hasta que hiciste aquel chiste
que descomprimiría todo),
fue más bien algo entre la risa cómplice 
y el silencio. 

No fue un volcán en erupción,
ni una desesperada necesidad
ni temor al desencuentro,
fue más bien la sensación
de manos calentitas junto al fuego. 

No perdí la cabeza,
(tal vez alguna vez),
ni recurrí a promesas falsas,
no sucumbí a mis repeticiones,
ni hubo terror a lo incierto, 
fue más bien una calma ternura
creciendo.

Y aunque algo dentro mío
le intrigaba esta ausencia  
de convulsiones,
esta anemia de histrionismos, 
me fui dejando llevar  
por una certeza de 
sonrisa abierta. 

Y lo digo ahora, 
que ya ha pasado tanto tiempo,
porque todavía me conmueven
los mismos gestos.
Tu manera de enseñarme
que quizás el amor no es drama
y desamparo,
sino más bien cotidiana compañía e
intenso sosiego. 

Sí, ni mariposas en la panza,
ni erupciones volcánicas,
ni temblores histéricos, 
lo nuestro fue desde el principio
la búsqueda por
deconstuir el amor propiedad,
es decir lo nuestro fue siempre 
un intento de
aprehender el amor de nuevo.

Quiero decir, 
quizás no sea cierto que el amor   
deba rozar la locura,
no hay ningún coraje en aquello 
que goza en lo enfermo.

Por eso  nunca se trató de estar loco por vos,
porque el amor acaso sea una
potencia del deseo
y no de la necesidad, 
y que quizás el amor sea 
entonces
 el humilde ejercicio de 
estar sano junto a otro.  











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