La verdad Santiago es que no quiero que seas una bandera.
Me resisto a la idea de que te vuelvas una consigna,
ver tu cara en las remeras,
o que tu nombre sea uno más de una lista que
parece nunca terminar de escribirse.
La verdad Santiago es que no quiero pensarte
como a Julio, a Luciano, o a Miguel.
Ni a tantos
y tantos desaparecidos en los barrios que
permanecen en el más oscuro de los anonimatos.
La verdad Santiago es que quizás sea un ingenuo
pero todavía espero que aparezcas con vida,
que puedas contarnos del calvario de estos días,
y que sea tu voz la que finalmente de testimonio
del terror de aquel día.
La verdad Santiago,
que todos los días espero que te encuentres con
tu familia,
con tu hermano que no para de buscarte,
que te des un abrazo como yo me doy cada vez que veo al mío,
un hermano que también se llama como vos.
Y me duele tu ausencia Santiago,
como me duele el silencio miserable
de tantos que piensan que una vida
es una puja discursiva.
El estúpido mensaje que quieren instalar
de que el valor de una vida depende
de la vereda desde la que se la nombre.
Y la verdad que yo sólo quiero que aparezcas
por vos,
por lo que todavía te falta,
por lo que fuiste a buscar allá al sur,
por tu ilusión de hacer del
mundo un lugar más habitable.
Por vos y tus ganas,
por vos y tu sonrisa,
por vos y los que te extrañan,
por vos, tu deseo y tu ideas.
Por eso todos los dias espero que
aparezcas,
aunque me angustie pensar que el horror
otra vez se imponga,
y que el estado todavia siga robando vidas.
Por eso te escribo Santiago,
porque no te quiero como consigna,
como foto ni como bandera,
ni siquiera te quiero como poema.
(que hoy escribo con la esperanza
de que mañana me leas).
Sí, la verdad que yo sólo quiero
que aparezcas por vos, Santiago,
por vos y tu vida,
para que sigas haciendo
con ella lo que quieras,
y quizás algun dia conocerte
y poder darte un abrazo,
como esos que me doy con mi hermano,
abrazarte y recuperar la esperanza
de que en este pais
ya nadie desaparece por sus ideas.
viernes, 25 de agosto de 2017
jueves, 17 de agosto de 2017
TOC (o Diario de un neurótico)
Sé que está en mi cabeza. Juro que lo sé.
O al menos una parte mía lo sabe. Y aunque me lo repita, aunque me diga
constantemente: "está todo en tu cabeza, no es real, las cosas no son
así", es difícil desarmar eso que ya se armó en la boca de mi estómago.
Quiero decir, la certeza, la
absoluta certeza de que por alguna razón que desconozco, hoy me vas a dejar. Y
no es que haya un dato concreto, un mensaje directo y explicito que me permita
arribar a esa dolorosa conclusión. Pero simplemente lo sé, la certeza de algún
modo se construyó de súbito en mi cabeza, y ya no me amas, ergo, me vas a
dejar.
Y volviendo en el colectivo a
casa empiezo a repasar una a una las señales, los indicios que me llevaron a
arribar a esa conclusión irreductible. Entonces recuerdo que a la mañana al
despedirnos me diste un beso rápido, agarrando las llaves, y saliendo
apresurada porque se te hacia tarde. Y que a media mañana, cuando te
mandé el mensaje de como venía tu día, ese mensaje cotidiano que siempre es una
excusa para charlar un rato, tu respuesta fue con monosílabos, contándome que
tenías una mañana complicada, que no parabas de atender gente.
Y puede que hasta ese momento
yo no sospechara nada, que la certeza en la boca del estómago apenas sea un
indicio irreconocible. Pero entonces al mediodía me mandás un audio diciéndome
que quizás no podamos ir al teatro el sábado como habíamos quedado, que te
habías olvidado que era el cumple de tu compañera de trabajo, y yo siento tu
voz distante, entonces espero un segundos para responderte, porque ahí si
empiezo a sumar en mi cabeza, el beso escueto de madrugada, tus monosílabos a
la mañana, y ahora este cumpleaños que aparece de la nada, y dos más dos es
cuatro y todo me empieza a oler a excusa, porque en el fondo lo que pasa es otra
cosa, pasa que quizás ya no tenés ganas de estar conmigo, y aunque por dentro
estoy lleno de miedo, te respondo haciéndome el superado, y te digo que no
importa, que no pasa nada, que podemos ir otro día al teatro.
Pero para ese entonces la
pelota en la boca del estómago es cada vez más grande, aunque me distraiga
haciendo otra cosa, y me ponga a ordenar legajos esperando que se haga la hora
para salir del laburo, mirando cada dos minutos el celular para ver si me
mandás algún mensaje, algún chiste, algún emoticon tonto de esos que nos
mandamos siempre, pero no llega nada.
Y salgo del trabajo rumiando
todo esto, diciéndome por enésima vez que no pasa nada, que son ideas mías, que
ya estoy grande para estas dudas, que una cosa es a los quince, pero que ahora
no puedo ser tan pelotudo, tipo grande che, no puedo entrar en estos
soliloquios, si no me das ninguna razón para pensar que ya no me queres más, si
anoche nomás vimos otro capítulo de la serie y después hicimos el amor.
Pero subiendo al bondi siento
vibrar el celular e inconscientemente lo miro convencido que sos vos, vos
preguntándome si ya estoy volviendo a casa, pero no, es otro mensaje del grupo
de los pibes. Y miro para ver cuándo fue la última vez que te conectaste y veo
que fue hace media hora, y me pregunto porque entonces no me mandaste un
mensaje en todo este tiempo, si ya pasaron un par de horas desde el último.
Y me pongo a leer la novela que
me compré, esa de Luis Mey, que me tiene atrapadísimo, esa que cuando te conté
el otro día que me había comprado me respondiste medio en broma que deje de
comprar libros al pedo, que tengo un montón sin leer, que después me quejo que
la plata no me alcanza y yo te respondí haciendo un gesto con los hombros
porque sé que tenes razón, pero bien sabés que no puedo dejar de comprar
libros, aunque sepa que muchos de ellos probablemente jamás los lea.
Y me acuerdo de eso y medio que
me dan ganas de llorar en el colectivo, de tu cara retándome en broma y mi
gesto infantil con los hombros, y entonces miro fijamente el libro porque me da
vergüenza que alguien me vea con los ojos llorosos en el colectivo, porque la
angustia casi no me deja respirar, porque me duele todo el cuerpo pensando en
lo que me vas a decir cuando llegues, las palabras que usarás, con tu dulzura
de siempre, pero esta vez para decirme que la cosa no va más, que no sabés que
pasó, pero que necesitas distancia o vaya a saber qué es lo que me vas a decir,
como lo vas a decir, pero en ese instante estoy seguro que el dolor de perderte
me será insoportable, mientras sigo buscando los motivos para tu distancia
repentina, para que estuvieras todo el día distante, si estaba todo bien ayer,
si hasta anoche hicimos el amor después de...
Entonces llego a casa
contrariado, y cuando dejo la mochila en el sillón veo un mensaje tuyo
diciéndome que vas a llegar un poco más tarde porque tenés que hacer unos trámites,
y la desazón es absoluta, me vas a dejar, lo sé, pero te mando un pulgar arriba
aunque sepa que es mentira, que probablemente te demoras haciendo tiempo para
ver cómo me decís que ya no queres estar conmigo, que ya no me amas, y me pongo
a lavar los platos que dejamos sucios anoche porque ninguno de los dos tenía
ganas de lavar, me pongo a lavar para ver si puedo dejar de pensar un rato en
todo esto.
Y por momentos me parece
absurdo lo que estoy pensando, y mientras al agua corre me repito las palabras
de Freud, esas de que la realidad es siempre psíquica, que esto ya lo tengo que
saber, que estoy exagerando, que soy un obsesivo de mierda, pero la
certeza que empezó tibiamente en mi cabeza hace unas horas, ahora ya me tomó
todo el cuerpo, y no queda otra que prepararme para lo peor.
Entonces tomo aire y pienso lo
que te voy a decir, diciéndome que no tengo que dramatizar, que tendrás tus
motivos, que al final el otro siempre es imposible, que tarde o temprano podía
pasar, que fue hermoso lo que construimos pero que el amor tiene estas cosas,
que me voy a ir con dignidad, que no quiero la limosna de nadie.
Y me tiro en la cama a hacer
zapping en la tele, esperando que llegues, intentando no pensar más, hasta que
escucho las llaves abriendo la puerta y salto de la cama para que no me veas
así, para recibirte como si yo no supiera lo que ya sé, poniendo cara de nada,
y cuando entrás me regalás un sonrisa, con cara de cansada, y entonces veo que
tenés un par de bolsas en la mano, y me decís que pasaste a comprar un par de
cosas para la cena, y que de paso me compraste un regalito, (así decís: “un
regalito", y yo siento los pies contra el piso y unas ganas insoportables
de llorar), que por eso demoraste un poco más en llegar, y abro el regalo y veo
el libro que sabes hace meses andaba buscando, ese del autor sueco que se
pronuncia difícil, y te miro sintiéndome un tarado, sin saber bien que decirte,
y te doy un beso abrazándote fuerte, un abrazo que poco tiene que ver con el
regalo, pero que me devuelve el oxígeno, que desactiva el terror niño de
perderte, aunque vos no sepas nada de eso, y me dan ganas de contarte lo que
estuve pensando hasta recién, pero me da miedo que pienses que estoy loco, me
dan vergüenza mis ideas idiotas, y algo dentro mío celebra haber aprendido a
callar las voces, confirmando eso de que los delirios suelen ser coherentes,
que lo absurdo en todo caso suele ser la idea que los dispara, que la cabeza
arma y desarma lo que quiere, al menos la mía, y te pregunto si querés tomar
unos mates, y me respondes que si contenta, sonriendo pese al cansancio, pese a
que tuviste un día de mierda, y me decís que eso es lo que te hacía falta, que
eso estuviste pensando todo el día, en poder llegar a casa y tomarte unos mates
en la cama conmigo.
viernes, 11 de agosto de 2017
Trastabillar
No sé cual es el camino correcto
para llegar a mi deseo.
Por eso,
entre otras cosas,
nunca sé que responder cuando
me preguntan por qué escribo.
Pero una palabra necesariamente
me lleva a otra,
como una catarata inevitable
e inútil.
Un martillazo,
otro martillazo,
golpeando el teclado al azar,
hasta que de algún golpe
asome una silueta,
un signo que de forma
a lo que quiero decir.
Supongo que así escribo,
supongo que así vivo.
Un día tras otro,
con un sentido vago,
con una cucaracha en la garganta,
trastabillando,
perdido entre neblinas.
Y me gusta pensarme como un libro abierto
en una página cualquiera.
Un libro buscando ser leído,
un libro escrito por todas las
manos que cuidaron
y escribieron mis días.
Y las páginas que en mí
ayer otros escribieron,
parecen sostener y alimentar,
la hoja en blanco que soy hoy.
Un libro lleno de tierra que
apenas adivina cómo
sigue su historia,
que sigue en el párrafo siguiente.
Por eso quizás me habite
la persistente necesidad
de atrapar palabras
que sirvan como puente.
Palabras como una mano tendida.
La búsqueda de ser un libro
al que sólo otros ojos puedan
darle sentido.
Por eso me siento y escribo.
Pues nadie escribe realmente solo,
nadie escribe para sí mismo.
Es decir,
no creo en palabras
que no busquen otras palabras,
no creo en palabras que no sean lenguas
que buscan otras lenguas.
Sí, por eso quizás escribo.
Para estar menos solo,
para que una mirada me encuentre,
para tropezar con otros
que completen mi historia,
escribo trastabillando,
escribo, acaso,
como vivo.
para llegar a mi deseo.
Por eso,
entre otras cosas,
nunca sé que responder cuando
me preguntan por qué escribo.
Pero una palabra necesariamente
me lleva a otra,
como una catarata inevitable
e inútil.
Un martillazo,
otro martillazo,
golpeando el teclado al azar,
hasta que de algún golpe
asome una silueta,
un signo que de forma
a lo que quiero decir.
Supongo que así escribo,
supongo que así vivo.
Un día tras otro,
con un sentido vago,
con una cucaracha en la garganta,
trastabillando,
perdido entre neblinas.
Y me gusta pensarme como un libro abierto
en una página cualquiera.
Un libro buscando ser leído,
un libro escrito por todas las
manos que cuidaron
y escribieron mis días.
Y las páginas que en mí
ayer otros escribieron,
parecen sostener y alimentar,
la hoja en blanco que soy hoy.
Un libro lleno de tierra que
apenas adivina cómo
sigue su historia,
que sigue en el párrafo siguiente.
Por eso quizás me habite
la persistente necesidad
de atrapar palabras
que sirvan como puente.
Palabras como una mano tendida.
La búsqueda de ser un libro
al que sólo otros ojos puedan
darle sentido.
Por eso me siento y escribo.
Pues nadie escribe realmente solo,
nadie escribe para sí mismo.
Es decir,
no creo en palabras
que no busquen otras palabras,
no creo en palabras que no sean lenguas
que buscan otras lenguas.
Sí, por eso quizás escribo.
Para estar menos solo,
para que una mirada me encuentre,
para tropezar con otros
que completen mi historia,
escribo trastabillando,
escribo, acaso,
como vivo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)