jueves, 17 de agosto de 2017

TOC (o Diario de un neurótico)

Sé que está en mi cabeza. Juro que lo sé. O al menos una parte mía lo sabe. Y aunque me lo repita, aunque me diga constantemente: "está todo en tu cabeza, no es real, las cosas no son así", es difícil desarmar eso que ya se armó en la boca de mi estómago.
Quiero decir, la certeza, la absoluta certeza de que por alguna razón que desconozco, hoy me vas a dejar. Y no es que haya un dato concreto, un mensaje directo y explicito que me permita arribar a esa dolorosa conclusión. Pero simplemente lo sé, la certeza de algún modo se construyó de súbito en mi cabeza, y ya no me amas, ergo, me vas a dejar.
Y volviendo en el colectivo a casa empiezo a repasar una a una las señales, los indicios que me llevaron a arribar a esa conclusión irreductible. Entonces recuerdo que a la mañana al despedirnos me diste un beso rápido, agarrando las llaves, y saliendo apresurada  porque se te hacia tarde. Y que a media mañana, cuando te mandé el mensaje de como venía tu día, ese mensaje cotidiano que siempre es una excusa para charlar un rato, tu respuesta fue con monosílabos, contándome que tenías una mañana complicada, que no parabas de atender gente.
Y puede que hasta ese momento yo no sospechara nada, que la certeza en la boca del estómago apenas sea un indicio irreconocible. Pero entonces al mediodía me mandás un audio diciéndome que quizás no podamos ir al teatro el sábado como habíamos quedado, que te habías olvidado que era el cumple de tu compañera de trabajo, y yo siento tu voz distante, entonces espero un segundos para responderte, porque ahí si empiezo a sumar en mi cabeza, el beso escueto de madrugada, tus monosílabos a la mañana, y ahora este cumpleaños que aparece de la nada, y dos más dos es cuatro y todo me empieza a oler a excusa, porque en el fondo lo que pasa es otra cosa, pasa que quizás ya no tenés ganas de estar conmigo, y aunque por dentro estoy lleno de miedo, te respondo haciéndome el superado, y te digo que no importa, que no pasa nada, que podemos ir otro día al teatro.
Pero para ese entonces la pelota en la boca del estómago es cada vez más grande, aunque me distraiga haciendo otra cosa, y me ponga a ordenar legajos esperando que se haga la hora para salir del laburo, mirando cada dos minutos el celular para ver si me mandás algún mensaje, algún chiste, algún emoticon tonto de esos que nos mandamos siempre, pero no llega nada.
Y salgo del trabajo rumiando todo esto, diciéndome por enésima vez que no pasa nada, que son ideas mías, que ya estoy grande para estas dudas, que una cosa es a los quince, pero que ahora no puedo ser tan pelotudo, tipo grande che, no puedo entrar en estos soliloquios, si no me das ninguna razón para pensar que ya no me queres más, si anoche nomás vimos otro capítulo de la serie y después hicimos el amor.
Pero subiendo al bondi siento vibrar el celular e inconscientemente lo miro convencido que sos vos, vos preguntándome si ya estoy volviendo a casa, pero no, es otro mensaje del grupo de los pibes. Y miro para ver cuándo fue la última vez que te conectaste y veo que fue hace media hora, y me pregunto porque entonces no me mandaste un mensaje en todo este tiempo, si ya pasaron un par de horas desde el último.
Y me pongo a leer la novela que me compré, esa de Luis Mey, que me tiene atrapadísimo, esa que cuando te conté el otro día que me había comprado me respondiste medio en broma que deje de comprar libros al pedo, que tengo un montón sin leer, que después me quejo que la plata no me alcanza y yo te respondí haciendo un gesto con los hombros porque sé que tenes razón, pero bien sabés que no puedo dejar de comprar libros, aunque sepa que muchos de ellos probablemente jamás los lea.
Y me acuerdo de eso y medio que me dan ganas de llorar en el colectivo, de tu cara retándome en broma y mi gesto infantil con los hombros, y entonces miro fijamente el libro porque me da vergüenza que alguien me vea con los ojos llorosos en el colectivo, porque la angustia casi no me deja respirar, porque me duele todo el cuerpo pensando en lo que me vas a decir cuando llegues, las palabras que usarás, con tu dulzura de siempre, pero esta vez para decirme que la cosa no va más, que no sabés que pasó, pero que necesitas distancia o vaya a saber qué es lo que me vas a decir, como lo vas a decir, pero en ese instante estoy seguro que el dolor de perderte me será insoportable, mientras sigo buscando los motivos para tu distancia repentina, para que estuvieras todo el día distante, si estaba todo bien ayer, si hasta anoche hicimos el amor después de...

Entonces llego a casa contrariado, y cuando dejo la mochila en el sillón veo un mensaje tuyo diciéndome que vas a llegar un poco más tarde porque tenés que hacer unos trámites, y la desazón es absoluta, me vas a dejar, lo sé, pero te mando un pulgar arriba aunque sepa que es mentira, que probablemente te demoras haciendo tiempo para ver cómo me decís que ya no queres estar conmigo, que ya no me amas, y me pongo a lavar los platos que dejamos sucios anoche porque ninguno de los dos tenía ganas de lavar, me pongo a lavar para ver si puedo dejar de pensar un rato en todo esto.
Y por momentos me parece absurdo lo que estoy pensando, y mientras al agua corre me repito las palabras de Freud, esas de que la realidad es siempre psíquica, que esto ya lo tengo que saber, que estoy exagerando, que soy un obsesivo de mierda,  pero la certeza que empezó tibiamente en mi cabeza hace unas horas, ahora ya me tomó todo el cuerpo, y no queda otra que prepararme para lo peor.
Entonces tomo aire y pienso lo que te voy a decir, diciéndome que no tengo que dramatizar, que tendrás tus motivos, que al final el otro siempre es imposible, que tarde o temprano podía pasar, que fue hermoso lo que construimos pero que el amor tiene estas cosas, que me voy a ir con dignidad, que no quiero la limosna de nadie.

Y me tiro en la cama a hacer zapping en la tele, esperando que llegues, intentando no pensar más, hasta que escucho las llaves abriendo la puerta y salto de la cama para que no me veas así, para recibirte como si yo no supiera lo que ya sé, poniendo cara de nada, y cuando entrás me regalás un sonrisa, con cara de cansada, y entonces veo que tenés un par de bolsas en la mano, y me decís que pasaste a comprar un par de cosas para la cena, y que de paso me compraste un regalito, (así decís: “un regalito", y yo siento los pies contra el piso y unas ganas insoportables de llorar), que por eso demoraste un poco más en llegar, y abro el regalo y veo el libro que sabes hace meses andaba buscando, ese del autor sueco que se pronuncia difícil, y te miro sintiéndome un tarado, sin saber bien que decirte, y te doy un beso abrazándote fuerte, un abrazo que poco tiene que ver con el regalo, pero que me devuelve el oxígeno, que desactiva el terror niño de perderte, aunque vos no sepas nada de eso, y me dan ganas de contarte lo que estuve pensando hasta recién, pero me da miedo que pienses que estoy loco, me dan vergüenza mis ideas idiotas, y algo dentro mío celebra haber aprendido a callar las voces, confirmando eso de que los delirios suelen ser coherentes, que lo absurdo en todo caso suele ser la idea que los dispara, que la cabeza arma y desarma lo que quiere, al menos la mía, y te pregunto si querés tomar unos mates, y me respondes que si contenta, sonriendo pese al cansancio, pese a que tuviste un día de mierda, y me decís que eso es lo que te hacía falta, que eso estuviste pensando todo el día, en poder llegar a casa y tomarte unos mates en la cama conmigo.

2 comentarios:

  1. Es tan real, ese imaginario que nos tortura,nos desarma, ese caleidoscopio miserable que nos angustia hasta que llega la voz, y nos salva.Felicitaciones.

    ResponderEliminar
  2. Identificada al 100%. Te leo y puedo sentir los nervios y angustia en la boca del estómago, y al final del texto, esa sensación de alivio. 👏

    ResponderEliminar