viernes, 11 de agosto de 2017

Trastabillar

No sé cual es el camino correcto
para llegar a mi deseo.
Por eso,
entre otras cosas,
nunca sé que responder cuando
me preguntan por qué escribo.

Pero una palabra necesariamente
me lleva a otra,
como una catarata inevitable
e inútil.
Un martillazo,
otro martillazo,
golpeando el teclado al azar,
hasta que de algún golpe
asome una silueta,
un signo que de forma
a lo que quiero decir.

Supongo que así escribo,
supongo que así vivo.
Un día tras otro,
con un sentido vago,
con una cucaracha en la garganta,
trastabillando,
perdido entre neblinas.

Y me gusta pensarme como un libro abierto
en una página cualquiera.
Un libro buscando ser leído,
un libro escrito por todas las
manos que cuidaron
y escribieron mis días.

Y las páginas que en mí
ayer otros escribieron,
parecen sostener y alimentar,
la hoja en blanco que soy hoy.
Un libro lleno de tierra que
apenas adivina cómo
sigue su historia,
que sigue en el párrafo siguiente.

Por eso quizás me habite
la persistente necesidad
de atrapar palabras
que sirvan como puente.
Palabras como una mano tendida.
La búsqueda de ser un libro
al que sólo otros ojos puedan
darle sentido.

Por eso me siento y escribo.
Pues nadie escribe realmente solo,
nadie escribe para sí mismo.
Es decir,
no creo en palabras
que no busquen otras palabras,
no creo en palabras que no sean lenguas
que buscan otras lenguas.

Sí, por eso quizás escribo.
Para estar menos solo,
para que una mirada me encuentre,
para tropezar con otros
que completen mi historia,
escribo trastabillando,
escribo, acaso,
como vivo.











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