Lo diré así: Los amigos no se eligen.
Terminemos con este absurdo. Los amigos no son las fruta de un cajón, el vino de una góndola ni una carrera para estudiar. No hay elección en la amistad, por suerte.
Si de mi voluntad dependiera, si los amigos se eligieran, no tengo dudas de que los tendría peores, menos lúdicos, menos profundos, menos idiotas.
Quiero decir, los amigos irrumpen. Justo ahí, cuando no hay posibilidad de decisión, cuando la soledad se hace insoportable y un cuerpo extraño, ajeno, se ofrece.
Los amigos son acontecimientos.
Rupturas con nuestra forma de saber la vida. La oportunidad de ser distintos, de ampliar nuestra percepción del mundo. La amistad es tal vez un espacio nuevo que se ofrece para ser infinitos.
Yo no elegí la escuela, ni el barrio donde la amistad se construyó inmortal. Tampoco elegí que mi adolescencia coincidiera con esos rostros que me salvaron del infierno a base de estupideces, amor, desilusión y cervezas. No elegí al hermano de un amigo que emergió para hacer más leve nuestras soledades, ni al tipo que me cebo un mate en mi primer día de trabajo y se volvió trinchera, ni al primo de una novia que me alojó como una tierra.
No, la amistad no se elige y no será jamás un sustantivo. La amistad es, todo caso, un verbo.
Un otro que se hace carne y sólo después tenemos la posibilidad de elegir el tiempo que nos regalemos junto a ellos. La contingencia que nos empuja a salirnos de la propia quietud. La otredad que nos multiplica, nos ensancha y nos hace mejores de lo que somos.
Si, los amigos no se eligen. Los amigos acontecen.
Los amigos son acaso, la forma que encontró la vida para salvarnos de nosotros mismos.
Genial
ResponderEliminarCoincido. Me resuena. Gracias por tu forma de expresarlo.
ResponderEliminar
ResponderEliminarExcelente Matìas, lo pido prestado para leerlo con cita del autor!