lunes, 27 de abril de 2020

eco

La ausencia del afuera
retumba puertas adentro.
Todo lo que hacemos,
lo que sentimos,
lo que pensamos,
vuelve amplificado,
como un eco íntimo y extraño.
Y en esta caja de resonancia
en la que se han vuelto los días,
algunos gestos se potencian.
Las ausencias son truenos
que nos sobresaltan,
los afectos inundan la memoria,
y los los recuerdos se vuelven el
mapa de regreso de lo que una vez fuimos.
Y encuentro cierto placer en ello.
La prueba concreta de que es cierta
esa neurótica idea de que uno valora
lo que tiene,
recién cuando lo pierde.
Pero las puertas volverán a abrirse,
y volverán los viejos hábitos,
el tiempo escaso,
y la tendencia a inventar coartadas
para estar solos.
Y entonces podremos escapar
de nosotros mismos.
El ruido extranjero será la manera
de diluirnos, otra vez,
en la hostilidad del mundo.
Mientras tanto seguiré atento
a esta reberverancia,
al susurro que me recuerda
que soy un eco.
El tartamudeo débil de todas
las voces que llevo dentro.

miércoles, 15 de abril de 2020

mundos

Hay un mundo más allá de mi mirada.
Un mundo que me pasará por al lado,
que apenas me rozará,
y que nunca podré alcanzar
aunque lo busque ciegamente.

Es decir,
todo lo que sé,
obedece a una suerte de miopía.
Cierta pereza innata
que no me permite ver
el mundo con otros ojos
que no sean los míos.

Entonces me quedo con lo
ya sabido.
Me refugio en un puñado de certezas,
repeticiones de lo mismo.
Voces que me alumbraron
en un tiempo
y se cristalizaron como verdad.

Quizás eso sea la adultez.
Un muro hecho de saberes
impolutos.
La expulsión de toda novedad,
de toda mirada que no se parezca
a la propia.
Un modo de morir.

Pero ese muro no es la verdad.
Porque la vida jamás cabrá
en una sola mirada,
por más soberbia que esta sea,
por mucho que se la pretenda
justificar.

Si, hay un infinito más allá
de mí.
Un mundo de voces,
gestos y vidas inaccesibles
para mi mezquino modo de
abrazar la realidad.

Rostros cuya profundidad
jamás encontraré mirándome
al espejo.
Misterios que nunca
podré habitar.

Un mundo que nace y muere
en los gestos que no me pertenecen.
Trayectorias que no me serán
dadas.
Todo lo que nunca conoceré
vive en el otro.
Ese que todavía no sé cómo mirar.

















viernes, 3 de abril de 2020

Aislamiento

Ayer fue un buen día.
Me da vergüenza confesarlo.
Las cosas se movieron hacía donde
-desde hace un tiempo-
empujo mi deseo.
Pequeños movimientos del mundo,
que a veces, juegan a favor.

Llamé a mamá y le conté.
Me dijo lo de siempre,
eso que hace de su palabra
una cuna.

Si, ayer fue un buen día.
Llegaron ciertas noticias,
la moneda cayó de mi lado,
y mi compañera me abrazó
con su acostumbrada precisión.

Sin embargo una sombra
me acompaño todo el tiempo.
Cierta sensación de privilegio
que lo tiñó todo de obsceno.

Y creo saber qué
habita esa sombra.
Sospecho que ahí están todas
las ausencias,
todos los rostros,
que hace rato no veo.
Esos que de los que estoy hecho.
Esos, que son mi viento.

El mundo se movió hacia mi,
pero yo no hacía el mundo,
y el día en verdad no fue tan bueno.

Un certeza me quedará de este aislamiento:
No hay alegría que se sostenga,
ni deseo que se soporte,
sin la mirada de los que empujan mi vida,
hasta dónde sea que me quiera llevar.



,