Ayer fue un buen día.
Me da vergüenza confesarlo.
Las cosas se movieron hacía donde
-desde hace un tiempo-
empujo mi deseo.
Pequeños movimientos del mundo,
que a veces, juegan a favor.
Llamé a mamá y le conté.
Me dijo lo de siempre,
eso que hace de su palabra
una cuna.
Si, ayer fue un buen día.
Llegaron ciertas noticias,
la moneda cayó de mi lado,
y mi compañera me abrazó
con su acostumbrada precisión.
Sin embargo una sombra
me acompaño todo el tiempo.
Cierta sensación de privilegio
que lo tiñó todo de obsceno.
Y creo saber qué
habita esa sombra.
Sospecho que ahí están todas
las ausencias,
todos los rostros,
que hace rato no veo.
Esos que de los que estoy hecho.
Esos, que son mi viento.
El mundo se movió hacia mi,
pero yo no hacía el mundo,
y el día en verdad no fue tan bueno.
Un certeza me quedará de este aislamiento:
No hay alegría que se sostenga,
ni deseo que se soporte,
sin la mirada de los que empujan mi vida,
hasta dónde sea que me quiera llevar.
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