Freud decía que el
sueño era el guardián del deseo,
la forma que el inconsciente encuentra
para cuidar nuestro dormir.
Y son de esas frases que
uno nunca termina de entender del todo,
y entonces voy y te sueño.
Estamos ahí en un sillón viejo,
acurrucados charla que te charla,
cómplices otra vez,
deseándonos desde palabras
que eran también caricias,
vos afirmando
que el amor era cultural,
yo contradiciéndote,
defendiendo ideas que no creo
sólo para para cruzar una pierna
entre la tuya
hasta hacernos un nudo.
Y que vos te rías
besándome la nariz,
y yo te devuelva
otro en el cuello
para quedarnos abrazados
con ese calor que solo
los cuerpos hablan.
Y después esos saltos
que a los sueños tanto le gustan.
Vamos caminando de la mano por el barrio de mi infancia,
como una imagen cliché de esas que siempre evitamos,
creyéndonos originales,
sin saber que el amor es acaso
la más genuina de las vulgaridades.
Vos me contas de tus ganas de irte al extranjero,
y yo siento miedo,
y nos abrazamos fuerte
como tantas otras veces,
como tantas otras veces,
y un amigo cuyo rostro ignoro nos saca una foto,
acaso resumiéndolo todo.
Me despierto con ese calorcito en el aire,
con la sensación de que quizás Freud tenía razón,
y que el sueño cuida aquello que tan bien nos hizo,
que el inconsciente también tiene su manera de defenderse,
de llevarnos otra vez a brazos que quisimos mucho,
y entonces me apuro a cerrar los ojos de nuevo,
antes que el calorcito se vaya,
con ganas,
mucha ganas,
mucha ganas,
de que me des otro beso en la nariz.
Hermoso, ahora me dio sueño
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