miércoles, 28 de junio de 2017

Medicina

"No vayas a faltar al trabajo. Cualquier cosa menos faltar al trabajo. Aunque no duermas en toda la noche por la tos, aunque viajes en tren y en subte contagiando a todos con tus estornudos, no vayas a faltar al trabajo". Ese es la ley primera. Eso es lo que Alicia Stolkiner llama "Presentismo patológico". Hay que ir a trabajar como sea, pues lo importante es producir, siempre producir. No seas vago, cuida el presentismo, cuida el trabajo. 
En eso venia pensando mientras volvía en tren a casa. Tapándome con el brazo en cada estornudo, y tosiendo con un poco de culpa porque al lado mío viajaba una mamá con su bebe.
Y si me detengo a mirar, el vagón del tren está lleno de gente como yo. Gente estornudando y tosiendo por todos lados. Entonces pienso que Stolkiner tiene razón, y pienso en Foucault, en Marx, y en todos esos autores incómodos que nos ponen a pensar como sujetos deseantes y no como tentáculos de la maquinaria que necesita sujetos productivos, objetos eficientes y eficaces.
Pero está tan incorporado el mandato, tan internalizado, que si faltamos nos embarga cierta culpa, la sensación de que estamos haciendo las cosas mal, el auto reproche que ya no necesita la mirada externa, porque internamente nos sentimos en falta, porque hay que ir igual, porque hay que hacer como hace Ana, que va siempre a trabajar, incluso enferma, ella que si es un ejemplo.
Y mientras pienso todo esto, voy contando las estaciones para saber cuanto falta para llegar a casa. Porque me duele todo el cuerpo, y tengo ganas de estar en la cama. Porque no tendría que haber ido a trabajar, como me dijiste vos,  pero fui igual, porque ya falté la semana pasada por una faringitis, para que no piensen que soy un vago,  porque aunque yo tenga la suerte de no perder el presentismo, me da culpa, porque hay que dar el ejemplo, hay que ser como Ana.
Y estornudo otra vez cuando faltan sólo dos estaciones para bajar el tren y caminar las siete cuadras hasta casa, y no puedo evitar sentirme un poco mejor, sentir esa alegría de saber que voy a llegar a nuestra casa, sacarme la ropa, y meterme en la cama.
Y camino con paso cansino esas cuadras que me separan de casa, y cuando miro la hora veo que son las seis recién, que faltan un par de horas para que vos salgas de trabajar, y paso por una farmacia para comprar una tirita de ibuprofeno para los dos, porque vos también andas medio engripada. Y pienso que al final de cuentas no todo está tan mal, que al menos tenemos trabajo, que podemos comprar los remedios que nos hagan falta, que hice bien en ir al trabajo, que quizás me estoy quejando de lleno. 
Porque si lo pienso bien, el tren venia repleto de gente pidiendo plata, que cada vez que voy al hospital a trabajar, las guardias están llenas de madres con sus hijos esperando horas y horas un turno, que ahora los supermercados venden huesos de pollo, (y juro que no hay ironía en esto), que hoy camino al trabajo conté siete personas durmiendo en la calle, que es cínico y perverso pero que soy un privilegiado, que la maquinaria es grande y nos aplasta,  pero que hice bien en ir a trabajar enfermo, que eso nos enseñaron, que está bien así,  está naturalizado, que así funciona la estúpida moral de época. 
Y llego a casa con la tos que no para, y me tomo el ibuprofeno, pensando tal vez no soy yo el que está enfermo, que es el mundo el enfermo, que es absurdo que aceptemos todo esto. Y una vez adentro de la cama miro otra vez el reloj para ver cuanta falta para que llegues vos. Vos que me dijiste que no fuera a trabajar así, vos que te apuras al salir de tu trabajo para venir a cuidarme a casa. Y no puedo dejar de sentir una alegría egoísta entre tanta tristeza. Si, no puedo evitar sentir la alegría de saber que te tengo a vos pese a todo, vos y tu abrazo medicina que me salva, de tanta miseria organizada.

2 comentarios:

  1. Te sirvió el concepto, le diste mucho cuerpo en el relato personal. Alicia Stolkiner

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  2. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar Alicia! Un abrazo

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