¿Es un virus que afecta particularmente a la vejez
o es la vejez particularmente un virus?
Cierta espantosa tranquilidad
parece alcanzarnos cuando
susurramos que son ellos,
los viejos,
Los que están en peligro.
Y esa forma de nombrarlos,
ese sucia impertubabilidad con
la que los señalamos,
me resulta
-irremediablemente-
muy similar a otras formas
de nombrar lo indeseable:
Los extranjeros,
Los discapacitados,
Los locos,
Los pobres.,
los viejos.
Maneras que encuentra la normalidad
Para expulsar fuera de sí todo lo que no soporta,
todo lo que no entiende.
Será que la maquinaria al servicio
de cuerpos útiles,
Esa que insiste en confundir
salud con belleza,
y juventud con eficacia,
esa que nos bombardea sistemáticamente
con cremas anti age,
pastillas rejuvenecedoras
cirugías estéticas,
y plásticas del yo,
Encuentra
-bajo está pandemia-
la coartada perfecta para
decirnos de una vez y sin tapujos
que la vejez es un destino social
que debemos evitar a toda costa.
Quiero decir,
y si en lugar de nombrarlos
como quien nombra una peste,
hacemos el ejercicio de alojar
sus resquebrajaduras,
de acariciar sus marcas.
Si nos detenemos a
contemplar admirados
su mapa de arrugas
y a mirar nuestra vida
en en las huellas de sus ojos.
¿Hay acaso cirugía ética posible?
lunes, 30 de marzo de 2020
sábado, 28 de marzo de 2020
Pausa
Sigo en la cama asombrado por la luz que asoma por la ventana.
Debe ser eso que llamábamos sol.
No puedo ni leer,
sostener la mirada en un párrafo se me torna insoportable.
En la televisión parecen disfrutar del goteo permanente
de nuevos infectados.
Las gatas se acuestan a mis pies agotadas de mi presencia,
escribir se parece a este balbuceo que nada dice,
y cientos de mensajes me invaden sobre lo que debo hacer.
Libros que debo leer,
películas que no me puedo perder,
ejercicios para cuidar mi cuerpo,
y lo saludable que debo comer.
Órdenes disfrazadas de consejos,
moralizaciones en forma de tips,
formas de escapar de esta pausa del mundo.
Pero yo no quiero escapar.
No tengo apuro por volver a mi vida de antes,
ni ansiedad por lo que vendrá después.
Quizás este silencio venga a decirnos algo,
quizás no.
De lo que si estoy seguro es de
que no quiero sentir culpa por mi quietud.
Quiero decir,
no buscaré estrategias para evadir la angustia,
no accederé
-otra vez-
al mandato del tú puedes.
Flotaré en la incertidumbre.
Si,
Los días seguirán repitiendo
su lenta monotonía,
y mi deseo tendrá su propia curvatura.
Sospecho que hay algo profundo en ello.
Ya habrá tiempo para moralejas
y conclusiones.
Mientras tanto seguiré mirando por
la ventana la luz que asoma.
Es todo que hoy me hace falta.
Debe ser eso que llamábamos sol.
No puedo ni leer,
sostener la mirada en un párrafo se me torna insoportable.
En la televisión parecen disfrutar del goteo permanente
de nuevos infectados.
Las gatas se acuestan a mis pies agotadas de mi presencia,
escribir se parece a este balbuceo que nada dice,
y cientos de mensajes me invaden sobre lo que debo hacer.
Libros que debo leer,
películas que no me puedo perder,
ejercicios para cuidar mi cuerpo,
y lo saludable que debo comer.
Órdenes disfrazadas de consejos,
moralizaciones en forma de tips,
formas de escapar de esta pausa del mundo.
Pero yo no quiero escapar.
No tengo apuro por volver a mi vida de antes,
ni ansiedad por lo que vendrá después.
Quizás este silencio venga a decirnos algo,
quizás no.
De lo que si estoy seguro es de
que no quiero sentir culpa por mi quietud.
Quiero decir,
no buscaré estrategias para evadir la angustia,
no accederé
-otra vez-
al mandato del tú puedes.
Flotaré en la incertidumbre.
Si,
Los días seguirán repitiendo
su lenta monotonía,
y mi deseo tendrá su propia curvatura.
Sospecho que hay algo profundo en ello.
Ya habrá tiempo para moralejas
y conclusiones.
Mientras tanto seguiré mirando por
la ventana la luz que asoma.
Es todo que hoy me hace falta.
lunes, 16 de marzo de 2020
Orgullo
No me arrepiento de nada,
todo me trajo hasta acá,
dijiste.
Yo recordé todas las veces
que no estiré la mano,
que miré para otro lado,
que hice silencio
cuando había que hablar.
Estoy orgulloso de mi pasado,
soy lo que soy gracias a eso,
se llama experiencia,
ya me vas a dar la razón,
continuaste.
Yo pensé en que la experiencia
no es sinónimo de virtud,
que la crueldad también tiene historia,
que el orgullo no depende de la propia
mirada sino de la de los demás,
y que antes que la razón,
prefiero la gratitud.
La vida es así,
el remordimiento es de mediocres,
es vulgar,
cerraste y me guiñaste un ojo.
Yo quise decirte
que me prefiero mediocre a miserable,
que lo vulgar, como el amor,
es lo que pertenece a la gente común,
y que quizás la vida es una responsabilidad
no una justificación,
pero no te dije nada.
Te estabas sacando una selfie.
todo me trajo hasta acá,
dijiste.
Yo recordé todas las veces
que no estiré la mano,
que miré para otro lado,
que hice silencio
cuando había que hablar.
Estoy orgulloso de mi pasado,
soy lo que soy gracias a eso,
se llama experiencia,
ya me vas a dar la razón,
continuaste.
Yo pensé en que la experiencia
no es sinónimo de virtud,
que la crueldad también tiene historia,
que el orgullo no depende de la propia
mirada sino de la de los demás,
y que antes que la razón,
prefiero la gratitud.
La vida es así,
el remordimiento es de mediocres,
es vulgar,
cerraste y me guiñaste un ojo.
Yo quise decirte
que me prefiero mediocre a miserable,
que lo vulgar, como el amor,
es lo que pertenece a la gente común,
y que quizás la vida es una responsabilidad
no una justificación,
pero no te dije nada.
Te estabas sacando una selfie.
Todos
Deberse al cuidado del otro.
Toda una parajoda en nuestros tiempos.
La libertad individual,
el yo quiero,
supeditado al yo debo,
al bien común.
Quizás esa sea una de las cosas que tanto asusta:
Somos como cualquiera.
No se trata de ellos,
o nosotros,
de pronto el riesgo nos acosa a todos.
Lo vulgar
-dice el diccionario-
es aquello que pertenece a la gente común.
Es decir, al parecer,
la meritocracia no evitaría el contagio.
Y es duro para algunos aceptar esa vulgaridad.
Saberse del montón.
incorporar palabras como comunidad,
prevención,
conciencia social.
Por eso tal vez la resistencia
de acatar las políticas sanitarias,
de postergar lo uno por lo otro,
por el otro.
Y más allá de la infoxicación
-como dice un amigo-,
ya no se trata de lo que queremos,
sino lo que debemos.
Claro que el riesgo
es mayor para los excluidos de siempre.
La vejez vulnerable,
la pobreza sin acceso,
la marginalidad de los
que viven al margen.
Y no sé si aprenderemos
algo de todo esto,
si hay moraleja posible,
pero quizás, apresurandome,
me quedo con una:
Es el miedo, no el amor,
la forma encuentramos para preservarnos.
Y hasta que esa ecuación no cambie,
mientras el pánico individual
se imponga a la solidaria comunidad,
no habrá vacuna con la cual defenderse.
Toda una parajoda en nuestros tiempos.
La libertad individual,
el yo quiero,
supeditado al yo debo,
al bien común.
Quizás esa sea una de las cosas que tanto asusta:
Somos como cualquiera.
No se trata de ellos,
o nosotros,
de pronto el riesgo nos acosa a todos.
Lo vulgar
-dice el diccionario-
es aquello que pertenece a la gente común.
Es decir, al parecer,
la meritocracia no evitaría el contagio.
Y es duro para algunos aceptar esa vulgaridad.
Saberse del montón.
incorporar palabras como comunidad,
prevención,
conciencia social.
Por eso tal vez la resistencia
de acatar las políticas sanitarias,
de postergar lo uno por lo otro,
por el otro.
Y más allá de la infoxicación
-como dice un amigo-,
ya no se trata de lo que queremos,
sino lo que debemos.
Claro que el riesgo
es mayor para los excluidos de siempre.
La vejez vulnerable,
la pobreza sin acceso,
la marginalidad de los
que viven al margen.
Y no sé si aprenderemos
algo de todo esto,
si hay moraleja posible,
pero quizás, apresurandome,
me quedo con una:
Es el miedo, no el amor,
la forma encuentramos para preservarnos.
Y hasta que esa ecuación no cambie,
mientras el pánico individual
se imponga a la solidaria comunidad,
no habrá vacuna con la cual defenderse.
lunes, 2 de marzo de 2020
Recaída
Fue dura la abstinencia.
El cuerpo me temblaba.
lloraba a diario,
algunos amigos se cansaron
de mis mentiras,
mis recaídas,
hasta yo dudé de mi,
pero hoy puedo decir
que estoy limpio.
Sí, estoy limpio.
Fueron setecientos días.
Siento que merezco mi medalla.
y el aplauso del grupo de
neuróticos anónimos.
Ya no entro a tu muro,
no miro tus historias de instagram,
ni tu última hora de conexión.
Ya no paso por el bar donde
nos conocimos,
ni me tomo el colectivo
para ir a nuestra plaza.
Apenas si te sueño.
Y ahora que ya no te siento en mi cuerpo,
ahora que pasaron los temblores,
y la sed insoportable por verte,
ahora que finalmente me desintoxiqué,
siento que es hora de volver a intentarlo.
Pero quizás antes,
debería mandarte este mensaje por privado.
Si, eso.
Entrar un segundo por un instante a tu muro.
Ver una foto,
una sola,
mandarte este mensaje.
Aunque ahora me duela la panza
viéndote sonreír en esa playa,
y me transpiren las manos mientras te escribo,
y me vuelva a preguntar por qué,
y le diga a mi amigo que estoy en casa
mientras me subo al colectivo,
y me siento en nuestro banco de la plaza
con la esperanza de cruzarte,
y me repita temblando que fueron
casi setecientos días sin pensar en vos.
El cuerpo me temblaba.
lloraba a diario,
algunos amigos se cansaron
de mis mentiras,
mis recaídas,
hasta yo dudé de mi,
pero hoy puedo decir
que estoy limpio.
Sí, estoy limpio.
Fueron setecientos días.
Siento que merezco mi medalla.
y el aplauso del grupo de
neuróticos anónimos.
Ya no entro a tu muro,
no miro tus historias de instagram,
ni tu última hora de conexión.
Ya no paso por el bar donde
nos conocimos,
ni me tomo el colectivo
para ir a nuestra plaza.
Apenas si te sueño.
Y ahora que ya no te siento en mi cuerpo,
ahora que pasaron los temblores,
y la sed insoportable por verte,
ahora que finalmente me desintoxiqué,
siento que es hora de volver a intentarlo.
Pero quizás antes,
debería mandarte este mensaje por privado.
Si, eso.
Entrar un segundo por un instante a tu muro.
Ver una foto,
una sola,
mandarte este mensaje.
Aunque ahora me duela la panza
viéndote sonreír en esa playa,
y me transpiren las manos mientras te escribo,
y me vuelva a preguntar por qué,
y le diga a mi amigo que estoy en casa
mientras me subo al colectivo,
y me siento en nuestro banco de la plaza
con la esperanza de cruzarte,
y me repita temblando que fueron
casi setecientos días sin pensar en vos.
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