Sigo en la cama asombrado por la luz que asoma por la ventana.
Debe ser eso que llamábamos sol.
No puedo ni leer,
sostener la mirada en un párrafo se me torna insoportable.
En la televisión parecen disfrutar del goteo permanente
de nuevos infectados.
Las gatas se acuestan a mis pies agotadas de mi presencia,
escribir se parece a este balbuceo que nada dice,
y cientos de mensajes me invaden sobre lo que debo hacer.
Libros que debo leer,
películas que no me puedo perder,
ejercicios para cuidar mi cuerpo,
y lo saludable que debo comer.
Órdenes disfrazadas de consejos,
moralizaciones en forma de tips,
formas de escapar de esta pausa del mundo.
Pero yo no quiero escapar.
No tengo apuro por volver a mi vida de antes,
ni ansiedad por lo que vendrá después.
Quizás este silencio venga a decirnos algo,
quizás no.
De lo que si estoy seguro es de
que no quiero sentir culpa por mi quietud.
Quiero decir,
no buscaré estrategias para evadir la angustia,
no accederé
-otra vez-
al mandato del tú puedes.
Flotaré en la incertidumbre.
Si,
Los días seguirán repitiendo
su lenta monotonía,
y mi deseo tendrá su propia curvatura.
Sospecho que hay algo profundo en ello.
Ya habrá tiempo para moralejas
y conclusiones.
Mientras tanto seguiré mirando por
la ventana la luz que asoma.
Es todo que hoy me hace falta.
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