Deberse al cuidado del otro.
Toda una parajoda en nuestros tiempos.
La libertad individual,
el yo quiero,
supeditado al yo debo,
al bien común.
Quizás esa sea una de las cosas que tanto asusta:
Somos como cualquiera.
No se trata de ellos,
o nosotros,
de pronto el riesgo nos acosa a todos.
Lo vulgar
-dice el diccionario-
es aquello que pertenece a la gente común.
Es decir, al parecer,
la meritocracia no evitaría el contagio.
Y es duro para algunos aceptar esa vulgaridad.
Saberse del montón.
incorporar palabras como comunidad,
prevención,
conciencia social.
Por eso tal vez la resistencia
de acatar las políticas sanitarias,
de postergar lo uno por lo otro,
por el otro.
Y más allá de la infoxicación
-como dice un amigo-,
ya no se trata de lo que queremos,
sino lo que debemos.
Claro que el riesgo
es mayor para los excluidos de siempre.
La vejez vulnerable,
la pobreza sin acceso,
la marginalidad de los
que viven al margen.
Y no sé si aprenderemos
algo de todo esto,
si hay moraleja posible,
pero quizás, apresurandome,
me quedo con una:
Es el miedo, no el amor,
la forma encuentramos para preservarnos.
Y hasta que esa ecuación no cambie,
mientras el pánico individual
se imponga a la solidaria comunidad,
no habrá vacuna con la cual defenderse.
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