La primera vez que lo vi a Pablo,
me cayó mal.
Era el mejor del equipo de básquet.
Un tiempo después me ofreció sentarme
a su lado en un colegio secundario
del que no hubiese salido vivo sin él.
Veinte años más tarde me convertí
en padrino de su hijo.
La primera vez que leí algo de Luis
en facebook me causó rechazo.
Cómo alguien podía compartir
fragmentos de novela ahí.
Tres años más tarde,
Luis no solo me ayudó a escribir
y corregir dos novelas,
sino que se volvió un amigo imprescindible.
Hoy leí un libro de poesía
de un tipo al que hace un
tiempo había visto recitar en Youtube
y algo me había disgustado.
Su libro me rompió la cabeza.
Conclusión:
La primera impresión no es la que cuenta.
La mirada, a veces,
es un scanner que funciona mal.
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