lunes, 3 de agosto de 2020

supongamos

Supongamos que es tristeza.
Que se escribe tristeza,
y se pronuncia como tal.

Supongamos que lo admito,
y digo que si, que es eso.
Aunque se sienta distinto,
y desconfíe de su textura, 
de su peso 
y hasta de su timidez.

Supongamos que lo es, 
-aunque insisto: no lo sé-, 
¿Por qué debo asumirlo, 
y confesarlo como una fe? . 

Si esto que parece tristeza,
que sabe como ella,
y tiene sus formas,
sus modos,
y su voz, 
pero aun dudo de su nombre,  
¿Ante quién me debo disculpar?

Y si finalmente lo es,
y asumo mi debilidad, 
porque extraño una tierra,
y me parece cruel la distancia, 
y hay rostros que me faltan
y temo no volver a ver.
¿Quién me obliga a tener que poder?  

Y si tienen razón,
y es eso que se escribe como tristeza,
y se pronuncia como tal,
y estoy exagerando, 
y va a pasar, 
como afirman que todo pasa. 
¿No puedo fingir no saber?
¿Evitar nombrar a eso que duele?
¿O alguien está libre de sus nostalgias?



 



 



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