Esa manía que tenes de aparecerte por las noches.
Tal vez sea por
tu irónica costumbre de sacudirme hasta el inconsciente.
Como siempre al principio ofrecía ingenuas
resistencias
y al final, como en todo,
me
terminas venciendo.
Entonces ya te dejo entrar sin
rodeos, y confieso que ahora
cierro los ojos con cierta ansiedad,
esperando el momento que aparezcas
con tu mirada despeinada.
El problema es que el despertador
suena cada vez más tarde
y en la oficina no sé cómo
explicarle a mi jefa que
estuvimos viajando en tren toda la
noche, paseando en bicicleta o
haciendo un crucigrama.
A mí sigue sin importarme un
carajo,
cinco minutos más pienso,
cinco minutos más y ella aparece,
y hacemos otras vez el amor en el
baño de damas.
Me pregunto si inundo tus sueños
como haces con los míos.
Me gustaría pensar que
si, que también me soñas todas las noches
pero en el fondo es en vano,
ahora cuando tengo cinco minutos me
duermo en cualquier lado
es que tal vez prefieras venir
hasta a casa,
sonriendo como siempre,
y mientras yo siento que un
Rottweiler me muerde la panza,
te colgas de mi cuello, me
mordes la oreja y
pedimos helado de limón.
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