domingo, 30 de junio de 2013

Asimetría

¿De dónde surge esa insistencia por lo preciso?
¿Por qué esa manía por lo exacto?
Esa obsesión por los kilos y los centímetros,
esa violencia por lo simétrico,
esa absurda balanza existencial.

¿Por qué nos molesta la asimetría?
¿Por qué nos ofende lo que sobra o lo que falta?
¿Por qué el despertador a las 7.15?
¿Por qué nos duele lo que no encaja?

Como si la existencia tuviera las piezas exactas,
y una obstinada fuerza nos obligara a encastrarlas.
Como si el amor pesara setenta y dos kilos, y
la vergüenza midiera treinta y siete centímetros.

Pero ahí vamos,
llenando agujeros,
calculando odios,
eliminando diferencias,
homogeneizando rostros,
normalizando a los otros.

Como si naciéramos con una calculadora en la lengua,
como si tuviéramos un centímetro en los ojos,
como si nos equivocáramos puntualmente,
como si supiéramos la raíz cuadrada de la tristeza,
como si sintiéramos con regla de tres simples.

Si ignoramos cuánto pesa el sufrimiento,
si carecemos de horarios para la timidez,
si  no sabemos cuánto dura una angustia,
como se calcula la esperanza,
ni cuando muere un sueño. 

Entonces,
 ¿A quién le importa
el peso de una mirada,
cuánto mide un gesto,
o los segundos que dura un encuentro?.
Tal vez sea necesario
 dejar de calcularlo todo,
de medir faltas,
de dividir afectos, 
de restar virtudes,
de pesar los miedos.
Tal vez sea hora de
perdonar sin metros,
de temer sin dietas,
de amar sin tiempo.

miércoles, 26 de junio de 2013

Cátedra

"Siempre acabamos llegando a donde nos estaban esperando" José Saramago. 

Me recuerdo en ese pasillo antes de rendir el concurso.
Al lado una cordobeza aún sin nombre, 
dos anónimos psicólogos sin saber bien que hacían ni a donde iban.
Recuerdo a una jefa de cátedra a la que siempre le falto lo primero,
pero abundo en lo segundo. 
Recuerdo mi ambición pequeño burguesa,
mi grafo librito de Lacan bajo el brazo,
mis delirios de grandeza, 
algunas pequeñas ideas panópticas 
y mis miedos sin barba. 
Recuerdo un azar que nos favoreció, 
un camino que empezamos a transitar de a tres
 hacia un horizonte poco claro, 
y sobretodo recuerdo una asombrosa complicidad primera. 

Recuerdo prácticos en el piso por la escasez de aulas, 
y recuerdo un estúpido intento por impresionar a los que me escuchaban.
Recuerdo que de pronto el camino se fue haciendo solo, 
que las dudas fueron minando mis certezas psicologisistas, 
mi normalidad a diagnósticos,
que Skliar me entraba como una basurita en el ojo, 
y que no sabía cómo ponerle los guiones al cara-a-cara.
Recuerdo largas discusiones que nos acronopiaron
y también recuerdo algunas caídas que no dolieron tanto. 

Recuerdo que la ignorancia me fue llenando,
que las certezas ahora solo me servían para sonarme los mocos,
que mis miedos tuvieron su primera barba,
y recuerdo a los compañeros Artepidoles enseñándome
que la ética es antes que todo, 
un acto.

Recuerdo que el horizonte se fue aclarando,
que nos fuimos mimetizando, 
recuerdo un rostro que nunca se supo jefe
dándome libertad a cantaros, 
dejándome aprender a enseñar, 
confiando en mí,
llenándome de gestos que nunca explicarán estas palabras.

Recuerdo la amorosidad  constante de mis compañeras,
de mi "jefa" Nadia, de mi "Superyoica" Carla,
perdonándome mi eternas retraídas solipsistas.
Recuerdo a Liniers charlando con  Marx,
a Quino con Foucault,
a Kant con Cortázar, 
y los tres buscando enseñar a carcajadas.

Y hoy, cuando miro para atrás y miro el camino recorrido,
cuando escucho las voz del otro que hoy nos agradece,
la voz que habla de equipo, 
hoy que siento la piel de gallina, 
recuerdo aquel día primero con gratitud, 
ayer convencido de soberbios saberes, 
hoy celebrando ignorancias,
orgulloso del camino construido, 
de los amigos conocidos.   

Y sobre todo agradezco a mis compañeras de viaje,
ayer dos otredades azarosas,
 hoy dos alteridades necesarias,
agradezco profundamente ser parte de esta cátedra, 
en la que poco he enseñado,
y de la que tanto he aprendido. 












lunes, 24 de junio de 2013

Obstinación

Interrumpo el acto de escribir, mientras te escribo.
 Es que cierta intuición omnipresente me sugiere
que me alejaré de la literatura para sumergirme en la literalidad de un rostro.

 Quiero decir que un cuerpo aún ignorado, que
una voz apenas esbozada, y una sonrisa cada vez más cómplice,
me expulsará de este inútil arte de buscarme por un rato.

 Ya no podré sumergirme en el onanismo de mis letras.
ya no esgrimiré esdrújulas, resignaré agudas, multiplicaré sustantivos,
es que sólo querré obedecer tu espalda, conciliar tu sonrisa,
sólo podré mirarte.

 Y lo digo ahora, antes que todo suceda, porque tengo
la certeza de que ya todo sucedió de algún modo,
que vos siempre esperaste encontrarme de este lado,
y que yo siempre te busqué sin animarme a cruzar la vereda.

 ¿Para qué necesitaré escribir
cuando uses mi remera de pijama?
¿Qué menester tendré de verbos,
cuando me estés cebando un mate?
¿Cómo podré siquiera hilvanar un párrafo decente
cuando estés sonriendo en mi almohada?

 Y por estas horas que jugamos a las escondidas,
que nos aparecemos y desaparecemos,
que apenas cruzamos sonrojadas miradas
sospecho que estas serán de las últimas palabras que mis manos tiemblen,
que este sea tal vez,
el gesto previo a un inevitable mutismo,
a una  hermosa y obstinada necesidad de mirarte .



lunes, 17 de junio de 2013

Surinam

“Apenas él amalaba el noema. A ella se le agolpaba el clémiso
y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes”
Julio Cortázar

Podría hacerte gracias,
pero lo que quiero decirte es otra cosa.
También podría decirte una sonrisa,
pero lo que quiero hacerte no lo habitan palabras.
Ya me has escuchado ochocientas veintitrés veces hacerte un te amo,
riéndonos a coro de mi afasia emocional.
Pero voy a decirte lo que quiero,
hacerte sustantivos, 
todo eso que sonrojás.

Voy a decirte que me matropoleo por tus gestos,
me hipotenuso por tus dudas,
me gorstonseo cuando sonreís,
Y que necesito hacerte el humor todos los días.

Vos dirás lavandina, rúcula o rímel.
Yo diré gol, whisky o matambre.
Entonces te impondrás una vez más a carcajadas
y dirás mate amargo, Surinam o espejo.
Y yo, casi sin fuerzas diré
temblor, Guayana o gracias.

Yo seguiré multiplicando decires para no aburrirte,
continuarán los neologismos,
crearé abecedarios,
agotaré haceres,
tocaré todos los verbos. 

Entonces, cuando ya haya dicho lo indecible,
cuando me veas exhausto,
 te reirás otra vez de mi torpeza
y me mirarás cómplice,
conmovida por mi esfuerzo.
Me harás unas palabras y,
pasándome tu mano por la cara,
me dirás un beso.








jueves, 13 de junio de 2013

Intermitencias de la Palabra

Aquí nace una vez más,
 la estúpida prepotencia de explicarme.
Aquí yace otra vez,
la absurda intención de encontrarme. 
.Una vez más la palabra que asoma y se va. 
Otra vez el gusto a nafta que pica en la garganta. 
Algo que decir, y no saber por dónde asumir. 
Llenar de contenido una forma apenas visible,
 una silueta tibia que amenaza con romper la hegemonía del silencio. 
Todo lo que ya fue dicho, 
pasado por la procesadora de la angustia y vuelta a digerir. 
Nunca se está bien cuando el silencio es imperio. 
Y la máquina de decir se ve forzada a vomitar preguntas. 
Un pero, un para, un por qué.
La falsa poesía del soliloquio casi perfecto. 
Un grito mudo ante el escenario íntimo del espejo.
Esconderse miserablemente de la mirada de los otros. 
La cruda economía narcisista vendida al peor postor.
Aquí nace una vez más,
 la estúpida prepotencia de explicarte.
Aquí yace otra vez,
la absurda intención de encontrarte. 

domingo, 9 de junio de 2013

Sindicato de Emociones

Es hora de organizarlas, de devolverle sus derechos vulnerados, de restituirle su lugar dentro de esta maquinaria del miedo.
La tiranía de la razón las ha visto esconderse durante siglos, y es momento de subvertir este orden oscuro.
La lógica racionalista ha multiplicado significados de saco y corbata obligándonos a esconder lo latente de nuestras existencias.
Pienso, luego Existo. Falso algoritmo, apócrifa idea de que razón y verdad son sinónimos.
La verdad no tiene nada de racional, y si de algo dudo, es de mis certezas. 
Al menos yo, nunca dudé de la alegría del primer beso, del miedo al abandono, 
de la bronca ante lo perverso, del dolor por el que ya no está. 
Entonces, me resisto con todo mi ser a suponer que hay algo de certeza en la razón, me resisto a este imperialismo moderno, a esta sepultadora de emociones, a esta estúpida herencia. 
Porque no hay nada más concreto, no hay nada más material
 que los nervios por la llamada que no llega,
que la mirada que se sostiene,
que la ansiedad por una espalda, 
que el rubor ante la persona amada.
Pero no, el imperativo Cartesiano, nos ha obligado a avergonzarnos del miedo, a esconder las lágrimas en las oficinas, a retener las carcajada en los oftalmólogos, a medicar la tristeza, 
a suprimir el temor a lo incierto. 
Entonces vamos escupiendo explicaciones, resolviendo ecuaciones que no duelen, creyéndonos hombres serios, impostando madurez, vomitando respuestas. 

¿Qué tiene que ver la seriedad con el conocimiento?
¿De dónde nace esa absurda prepotencia de esconder el llanto?
¿Qué razón puede tener una idea de progreso que todo lo asesina?
¿Quién nos ha privado del derecho a emocionarnos?

Entonces es momento de construir un sindicato de emociones, 
de socializar la alegría, la inseguridad y el miedo
de conciliar al dolor, la esperanza y el llanto,
de defender la angustia, el amor y la tristeza. 
Para entablar una lucha simétrica con los soldados de la razón, con los capitalistas de lo cierto, con los economistas de lo siniestro. 

Porque 
¿Quién defiende el derecho al miedo?
¿Por qué no hay abogados para la angustia?
¿Dónde se esconden los contadores de lágrimas?
¿Dónde están los ingenieros de la duda?
¿Quién se asume doctor en esperanzas?
¿Quiénes son los testaferros del amor?

Entonces hablo de la genuina posibilidad de emocionarnos en un colectivo, de reivindicar el llanto, de volver a las preguntas que nos fueron postergadas, de encontrarnos con el rostro antes que con el nombre.
Porque no hay alegrías solipsistas, porque no hay impotencia que no necesite compañía, porque no hay felicidad que no se comparta y porque no hay dolor que se soporte solo. 
 Llegó la hora de abolir las explicaciones, de desobedecer manuales, de prohibir diagnósticos, 
de no tener razón. 
Sólo entonces podremos celebrar la alegría ajena, solo así podremos temblar los miedos de los otros, conmovernos por la tristeza vecina, dolernos por toda alteridad arrasada,
 llorarnos el amor recíproco.  
Porque no sé cuánto sé, pero sí sé cuándo siento. 
Y porque ante cada saber que se pronuncia,
 ante cada razón que se impone,
hay una emoción que se silencia,
 hay un sentir que se posterga,
 hay una pequeña muerte que nos alcanza. 

martes, 4 de junio de 2013

Cuatro Letras

Quien puede tomarse en serio que son solo cuatro letras.
En qué cabeza cabe la absurda pretensión de encerrar
esta bocanada de aire fresco en una palabra tan pequeña.

Pero sí, desde tiempos inmemoriales así lo han hecho.
Como guarda cárceles de sensaciones,
como imperialistas del sentido,
insisten en decirle amor, 
en escribirlo como amor, 
en castigar su inmensa libertad en esa celda de cuatro letras.

Como si la a, tuviera algo que ver con estos cocodrilos en la panza,
como si la m pudiera traducir algo de esta sonrisa compulsiva,
como si la o rozara de cerca esta sensación de manos en el cielo,
o como si la r final, 
fuera tan poderosa para terminar de sujetar lo insujetable.

Y claro que yo también soy culpable, 
que yo también soy cómplice de este absurdo, 
a veces por ociosidad, otra veces por costumbre
y la mayoría por desesperación,
 también acudo a estas estúpidas cuatro
letras para intentar explicarte lo que siento, ciruela. 

Bien sé que podríamos decirle zapatilla, tentempié, chosmalal,
o sacarina y de todas formas no alcanzaría.
Aunque le dijésemos reflujo, hipotenusa, sambayón o 
formulario seguiríamos muy lejos.
Hasta incluso si buscáramos palabras más grandes, 
si por ejemplo le dijésemos 
trinitrotolueno,
alcantarilla, 
cuchipandorcito 
o
telgopor, 
no se acercaría ni un poquito a esta arritmia cuando te veo,
a esta ansiedad espantosa cuando estás lejos. 

Sea lo que sea me seguiré resistiendo,
seguiré protestando,
lo seguiré intentando, 
porque no puedo aceptarlo ciruela,
no puedo tolerarlo ya ni una gramo,
no puedo seguir llamándole sólo amor 
a esta tonelada de vapor,
a esta cucaracha en la garganta,
a esta genuina e insoportable
necesidad de vos. 









sábado, 1 de junio de 2013

Ernesto

No fueron mas de cuatro o cinco cuadras.
Te pregunté cómo llegar al Mejunje y te ofreciste a acompañarme
con esa hospitalidad que transpira todo Cuba.
Mientras caminábamos, me preguntaste por mi país, por el gobierno, y
me empezaste a contar de lo difícil que era a veces,
no tener comida para tus hijos.
Te hice las estúpidas preguntas,
 esa prepotencia de extranjero que busca
entender,
 y al final conmovido por tu relato cometí el obsceno
acto de ofrecerte unos pesos.

Me miraste contrariado, y vi mi reflejo en tus ojos.
Me preguntaste mi nombre, y me dijiste que te llamabas Ernesto.
Me agarraste la mano y mientras te golpeabas con ella el pecho,
me decías que ojala la vida pudiera permitirte algún día,
devolverme el gesto.
Me ofrecías una sonrisa entre lagrimas,
y por un instante sentí habitándome en una mirada.
Nos despedimos con un abrazo.

No fueron mas de cuatro o cinco cuadras y recién ahora
  empiezo a comprender que jamas podre devolverte esa mirada,
que seré yo el que nunca podre devolverte el gesto.

Emedeerre.