domingo, 30 de junio de 2013

Asimetría

¿De dónde surge esa insistencia por lo preciso?
¿Por qué esa manía por lo exacto?
Esa obsesión por los kilos y los centímetros,
esa violencia por lo simétrico,
esa absurda balanza existencial.

¿Por qué nos molesta la asimetría?
¿Por qué nos ofende lo que sobra o lo que falta?
¿Por qué el despertador a las 7.15?
¿Por qué nos duele lo que no encaja?

Como si la existencia tuviera las piezas exactas,
y una obstinada fuerza nos obligara a encastrarlas.
Como si el amor pesara setenta y dos kilos, y
la vergüenza midiera treinta y siete centímetros.

Pero ahí vamos,
llenando agujeros,
calculando odios,
eliminando diferencias,
homogeneizando rostros,
normalizando a los otros.

Como si naciéramos con una calculadora en la lengua,
como si tuviéramos un centímetro en los ojos,
como si nos equivocáramos puntualmente,
como si supiéramos la raíz cuadrada de la tristeza,
como si sintiéramos con regla de tres simples.

Si ignoramos cuánto pesa el sufrimiento,
si carecemos de horarios para la timidez,
si  no sabemos cuánto dura una angustia,
como se calcula la esperanza,
ni cuando muere un sueño. 

Entonces,
 ¿A quién le importa
el peso de una mirada,
cuánto mide un gesto,
o los segundos que dura un encuentro?.
Tal vez sea necesario
 dejar de calcularlo todo,
de medir faltas,
de dividir afectos, 
de restar virtudes,
de pesar los miedos.
Tal vez sea hora de
perdonar sin metros,
de temer sin dietas,
de amar sin tiempo.

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