Multiplicar
los gestos,
acotar las distancias,
sea acaso
la revolución primera.
Quien se pone de pie y cede su
asiento al niño
que grita dentro de un vientre.
Quien guarda silencio ante el tibio
dolor
de un desconocido.
Quien detiene su marcha a la vera
del camino.
Es sin saberlo, un genuino guerrillero.
Quien dice tomarse la molestia,
esperando el gracias postrero,
esconde
la hipócrita mascara de la moral eterna.
Renunciar a la obsoleta buena educación
y los diez mandamientos,
triste resaca de
los caballeros de lo siniestro.
Una sonrisa apenas esbozada puede ser la primer gota de una
tormenta perfecta de gestos.
Siendo a su vez, la piedra angular
que destruya el estúpido cristal
de la indiferencia moderna.
Una realidad de pequeños gestos
cotidianos,
una mano desnuda de guantes,
una heladera con su puerta siempre
abierta,
una voz que se ofrece cuando ya no
suena el teléfono,
un hombro que se deja empapar de llanto,
un abrazo puntual.
un abrazo puntual.
Nada más que gestos.
No me des una mano.
No me debas un favor.
No hagas lo que corresponde.
Simplemente, sostenme la
mirada.
Multiplicar los gestos,
acotar las distancias,
sea acaso
la revolución primera.
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