domingo, 17 de febrero de 2013

Moraleja

Sentadita ahí de espalda,
ignorando dulcemente mi existencia.
Vos no sabes todo lo que pasa de este lado del mundo
el universo que ya construí juntos, 
no serán más de cinco metros,
pero yo siento que es un desierto el que nos separa.
Si fuera un poco más valiente, 
si fuera como esos hombres que dicen sabérselas todas, 
si pudiera sentarme al lado tuyo,
 hacerte sonreír,
 alabarte ese tatuaje que me mira
desde tu espalda.
Pero no, sé que no lo voy a hacer, no puedo, me frustra pero no puedo. 
Es que tal vez sea cierta esa vaga excusa en la que el tren pasa solo una vez
y yo sentado tan cerca tuyo,
petrificado,
viendo como tu locomotora existencia se me escapa. 
No sabes lo que pesan mis pies en estos momentos,
y por más que la silueta que tu cuello dibuja me prometa el edén, 
sé que no me voy a animar a cruzar este Sahara. 
Una cobarde existencia me condena a mirar y no ser mirado, 
a trazar ingenuos laberintos desde afuera. 
A veces cuando miras para atrás con disimulo,
fantaseo que lo haces porque a vos te pasa lo mismo,
que vos estas esperando ese viejo mandato cultural 
en el cual yo debo dar el primer paso.   
Pero se que es imposible, que somos Quasimodo y Esmeralda,
y que los otros casi siempre entran por los ojos.
Sentadita ahí de espaldas, 
pienso en la miseria del desencuentro,
y me despido de lo que pudimos ser
de los labios que no mordimos,
del mate que nunca cebaste,
del sexo que no nos dimos,
de mis palabras que no te agotaron
del dolor que no nos provocamos.
Y mientras me retiro con mi tristeza cobarde
reprochándome esta quietud,
 esta impotencia de acto,
giro mi cabeza torpe, 
en el preciso instante que te descubro sonrojada,
y como una moraleja del destino, 
sonriendo me miras.








No hay comentarios:

Publicar un comentario